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La hermana Clotilde nunca venía a la bodega. Entonces, ¿por qué estaba ahí? ¿Nos habríaescuchado? O incluso peor, ¿nos había espiado por el minúsculo tragaluz? Su voz aguda hizoque Gabriel se asustara, y me di cuenta, demasiado tarde, de que había una mancha de sangreen uno de los leños.

– ¿Se puede saber qué hacen?

Sólo se me ocurrió sentarme en el leño para ocultar la mancha

– No han descargado la carreta y la mula está esperando que la desamarren. ¿Qué diantreshacen ustedes?

Los latidos de mi corazón eran tan fuertes y violentos que me daba la impresión de quetodos los que estaban ahí podían escucharlos.

– Tuvimos que reacomodar la bodega para poder guardar los últimos leños de la temporada– dije improvisando.

– Mmm... ¡Ya es tarde, dense prisa!

– Sí, hermana.

La hermana Clotilde volteó a ver a Gabriel. Ese idiota tenía los hombros encogidos como siesperara que un golpe le fuera a caer encima... Cualquiera podía notar que estaba muerto demie- do y la pregunta que hizo entonces la hermana cayó como un hachazo:

– Busco al padre Séguin. ¿Lo han visto?

Gabriel se encogió aún más. Le temblaba el labio inferior.

– Eh... no, lo siento. No lo hemos visto contesté lo más

– Es extraño... No está en el internado y tampoco en la seguro que pude capilla...

A paso lento se acercó al montón de leña que habíamos puesto sobre el cuerpo. Cuando pusouna de sus manos sobre un leño, sentí mi boca seca. Si se apoyaba con más fuerza, había riesgode que la pila se moviera y dejara ver lo que...

– El padre Séguin siempre vuelve de su paseo a las seis. Siempre... Pero hoy no ha vuelto.Espero que nada le haya sucedido – añadió rascándose la sien.

– De cualquier forma, nosotros no lo hemos visto – repetí con convicción.

Me miró entrecerrando sus ojos de comadreja y luego miró de nuevo a Gabriel. Él tenía lacabeza agachada y se balanceaba ligeramente.

– ¡No pareces estar bien, número cuarenta y dos! – le dijo bruscamente tomándolo de labarbilla.

– Estoy... bien – balbuceó el pobre Gabriel sin poder mirarla a los ojos.

– ¡No parece!

– Es que... Es que... tengo mucha... hambre – gimoteó mientras se agarraba el estómago.

– ¿Estás seguro de que no es otra cosa? – insistió ella.

– Pues... yo...

Gabriel parecía estar a punto de quebrarse. ¡Yo debía intervenir!

– Yo también tengo hambre, hermana. Gabriel y yo hemos hecho hoy el doble de trabajo.

La hermana posó sus ojillos apagados en mí. A pesar del ritmo alocado de mi corazón, yome esforzaba por parecer tan imperturbable como de costumbre. No era cosa fácil dado que elolor de la sangre ahora parecía invadir toda la bodega...

Durante un momento la hermana Clotilde pareció vacilar. Se acomodó despacio sus anteojosde medialuna en la nariz, me miró intensamente y terminó por adoptar un aire ofendido, típicode sus pequeñas derrotas.

– ¡Pues dense prisa! ¡Terminen el trabajo y vayan al refectorio!

Se dio media vuelta, pero al llegar a la puerta, de nuevo dudó, abrió la boca como para deciralgo. Finalmente, tal vez urgida por sus interrogaciones concernientes a la desaparición delsacerdote hizo un gesto de disgusto con la mano y salió de la bodega.

– Ahora sí que estamos jodidos! – exclamó Gabriel en cuanto ella se alejó.

– Aún no.

– ¡Si! ¡Ella sospechó algo! Cuando vea que Séguin no regresa, seremos los primerosacusados.

– Calmate... Sin el cuerpo, no podrán probar nada... Por ahora, durante la tarde, hay quedisimular ante los demás... Hace seis años que me entreno en ello, pero tú... ¿Crees que podráshacerlo?

– ¿Te has entrenado? – preguntó extrañado Gabriel.

– Si, bueno... ¡Hay que darnos prisa en acomodar lo que falta para reunirnos con los demás! 

 Gabriel bajó la vista.

–Esta vez sí que tengo miedo – admitió.

No pude evitar una risita nerviosa.

– ¿Qué te crees? ¿Que yo no siento miedo? ¡Te recuerdo que acabo de salir del calabozo!¡Mientras que tú, no sé cómo hiciste, pero no te vi por allí!

Gabriel, incómodo, se alisaba el pantalón con las manos como si éstas le ardieran.

– La Víbora quería un culpable. Me tendió una trampa... Tal vez soy un cobarde, pero fui yoquien te cargó en los hombros y te trajo hasta aquí – añadió entre dientes.  

Lagrimas de BosqueDonde viven las historias. Descúbrelo ahora