La jornada había sido particularmente larga y cansada, y cuando anocheció me sentí feliz de poder deslizar finalmente mi cuerpo fatigado bajo la manta.
Eran las once de la noche y el sueño no llegaba. Lo que la Víbora le había infligido al número sesenta y cinco a la hora del desayuno me había transportado seis años atrás.
La felicidad en la que vivo desde que nací desaparece en el transcurso de un mes. Para empezar, mi madre cae enferma. Su estado es cada vez más grave y yo no sé qué hacer. Después, llega la Policía Real de Canadá para llevarme lejos de ella.
– ¡Es lo mejor, señora! En el internado del Bosque Verde recibirá buena educación y aprenderá el francés – le aseguran ellos mientras intentan arrancarme de su lado.
Ella me aprieta con todas sus fuerzas entre sus brazos enflaquecidos, y ellos añaden:
– De todas maneras, usted no puede elegir. ¡Si se niega, estará actuando en contra de la ley!
Con las manos anudadas alrededor de su cuello, me aferro a mi madre como a una roca. Ella, sin poder hacer nada, me mira, o más bien me devora con sus ojos, segura como está de que es la última vez que me ve. Mi madre es una cri y pertenece al clan del lobo. No obstante, ya tuvo un encuentro con los que nosotros llamamos "los mantos negros", los sacerdotes misioneros. Ha aceptado que me bauticen y que me den un nombre cristiano. Incluso creo que le gustan ciertos aspectos de la religión que los blancos nos quieren imponer. Sin embargo, a pesar de las prohibiciones, ella sigue creyendo en los espíritus del bosque y continúa viviendo tal y como lo hacían nuestros ancestros. Es por eso que, en lugar de obtener provecho de las vacunas y del alimento gratuito que nos han metido, ha preferido enseñarme a poner trampas para animales, a montar un wigwam o tienda, a curtir las pieles y a tener la fuerza de cargar mi propio peso...
Cuando me apartan de ella, no lloro.
Mi grito es interno y siento que me abismo en él irremediablemente.
Siento que justo en ese momento termina mi infancia.
Me obligan a subir a un tren con otros jóvenes indios. El trayecto dura horas. El olor a encerrado, el vaivén del vagón, la cercanía con los demás niños me revuelve el estómago. O tal vez sea por los kilómetros que poco a poco me alejan de mi madre.
Finalmente, el tren se detiene en medio del bosque y bajamos aliviados. Durante esa breve parada nos dan un sándwich de tocino y un vaso de agua. Cuando terminamos de comer, nos suben en el remolque de un camión descubierto.
Vamos allí atrás, amontonados.
El cielo por encima de nuestras cabezas.
Un cielo maravillosamente azul y puro.
Alzo la vista y sigo el recorrido de un águila que vuela arriba de nosotros. Cuando el ave desaparece, respiro profundo muchas veces casi hasta asfixiarme.
– No les tengas confianza... Cuando estés allá, tendrás que encontrar un lugar dentro de ti mismo para que no olvides lo que somos, lo que tú eres – me murmuró mi madre justo antes de que nos separaran.
El camión atraviesa por una floresta magnífica. Bosques casi impenetrables donde crecen aquí y allá matorrales muy variados. Son tan bellos, tan semejantes a los bosques que recorro con mi madre, que me dan ganas de saltar fuera del remolque. Soy bueno para correr, y en ese laberinto vegetal podría tal vez escapar... Me imagino cazando, cortando bayas, descubriendo manantiales y recolectando plantas para curarme. Sé que pue- do hacerlo. Pero también sé que llegará el invierno y que vendrán el frío, el hambre y las bestias salvajes. Esto último y la dura mirada de la hermana que está sentada a mi lado, me retienen en mi asiento...
¡Ay!
El viaje acaba con una larga caminata en pleno bosque.
Cuando cae la noche llegamos al internado, exhaustos.
Soy el quinto en entrar.
Por este simple hecho, me nombran "número cinco".
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Lagrimas de Bosque
Ficção AdolescenteEsta historia no es mía todos los derechos a su autor en realidad le quiero dar popularidad aquí a la autora Nathalie Bernard la verdad esta historia me encanto bástate espero que les guste. Jonás acaba de cumplir dieciséis años, lo que significa qu...