11

76 3 0
                                        

Al terminar la mañana, nos reunieron a todos en la capilla para les preparativos de la misadedicada al difunto. Gabriel le había pedido permiso a la hermana Adelia para aplicarme unpoco de pomada cicatrizante en las heridas que tenía en la espalda. Asombrosamente, ella habíaaccedido. Sólo nos pidió que no nos demoráramos.

Una luz dorada entraba por las ventanas del dormitorio y alargaba las sombras de losbarrotes sobre la pared de enfrente. Yo estaba sentado en mi cama, doblado hacia adelante.Apretaba los dientes para no quejarme cada vez que Gabriel tocaba mis heridas. Entre dosrespiros, pensé de repente en esa última tala del gran pino que habíamos hecho Sansón y yo.

Apenas ayer ese tronco era para el ataúd de Tremblay y hoy lo tallarían en los talleres decarpintería para convertirlo en el ataúd de la Víbora. Aquello me parecía extraño. Era como si,con la muerte de Lucía, algo incontrolable se hubiese desencadenado. Y ahora, Gabriel y yonos veíamos obligados a huir.

– Creí que esa loca te iba a matar.

Negué con la cabeza,

– No podía comenzar su reinado matándome. Habría sido todo un problema – dije, e hiceuna mueca de dolor al ponerme la camiseta interior.

– ¿Qué haces? ¡No he terminado! – me hizo notar Gabriel con los dedos llenos de pomada.

– ¡Qué importa mi espalda! ¡Sansón vendrá por ti justo después de la misa!

– ¿Cómo? ¿Qué fue lo que te dijo?

Me puse de pie y cerré los ojos a causa del dolor. Agarré las botas que estaban al pie de micama y me las puse como pude, De paso recogí los tendones que ya estaban secos allí debajo ylos metí en la bolsa de mi abrigo.

– No me dijo gran cosa, pero ya sabe. ¡Tenemos que huir de aquí de inmediato!

– Espera...

Le di su abrigo.

– Tenemos que irnos mientras todos están en la capilla.

– No creo que sea una buena i...

– Escúchame, Gabriel: ¡me importa muy poco lo que creas! Sansón nos dio una prórroga,pero tarde o temprano tendrá que denunciarnos.

– ¿Y cómo piensas escapar? ¡Mira a tu alrededor! Me acerqué a la ventana.

El leñador se encontraba junto al portal. Con su fusil al hombro,iba y venía caminando y fumando mientras Bella, tranquila, roía un hueso.

– De todos modos, no pensaba salir por la puerta de entrada.

– ¿Qué? ¿Y entonces por dónde?

– ¡Ya lo verás! ¡Ahora apúrate! – le dije y salí del dormitorio.

Gabriel agarró su abrigo y me siguió por el pasillo. Al pasar por la recámara de lahermana Clotilde, de repente pensé en algo que me hizo detenerme y, con el corazón agitado,puse la mano sobre la perilla de la puerta.

– ¿Qué haces? ¡Creí que llevábamos prisa!

– Tengo que revisar algo, sólo me llevará un minuto.

– ¡No es el momento! ¡Mierda!

– Menos de un minuto – rectifiqué al entrar.

Era la primera vez que veía esa habitación a la luz del día. Fui directo hacia la caja de cartóndonde se leía "Joyas y baratijas". Como había imaginado, allí estaban entremezcladas nuestrasjoyas y nuestras plumas. Metí la mano y hasta el fondo encontré lo que buscaba. 

Tenía el collar de Estela en la palma de mi mano, como un pájaro herido. Estaba tan contento por haberlo encontrado que, por primera vez desde hacía semanas, micorazón se llenó de un sentimiento de alegría pura.

– ¿Qué es? – me preguntó Gabriel.

– Lo que nos quitaron cuando llegamos.

Se le iluminaron los ojos y él también hurgó en la caja.

– Pensé que habían quemado todo! – exclamó, y sacó un collar de hueso que guardó con airesatisfecho en el bolsillo de su abrigo.

Después de esa parada fructífera regresamos a los pasillos desiertos. Bajamos las escalerascorriendo y atravesamos el vestíbulo para llegar a la cocina. Intenté abrir la puerta que llevabaal sótano, pero la manija no cedió. Estaba cerrada con llave.

– ¡Mierda!

– Espera... – dijo Gabriel y sacó dos horquillas de su bolsillo.

– ¿De dónde sacaste eso?

– ¿Cómo crees que robaba las galletas? Yo también entré en la recámara de las hermanas –se jactó y rompió en dos una de las horquillas. La otra la dobló en forma de gancho y la metióen la parte inferior de la cerradura.

– ¡Ahora, fijate bien! – me dijo e insertó como un experto los trozos partidos en la partesuperior.

Con un movimiento preciso, hizo girar el conjunto y, al instante, se escuchó un clic. ¡Nopodía creer lo que veía! ¡La puerta estaba abierta! Así que Gabriel tenía algunos talentosocultos... Pero no había tiempo para halagos así que bajamos por la escalera que conducía alsótano.

Ahí abajo nos llegó un olor a humedad y a hojarasca. ¡Y con razón! ¡La ventanita contiguaa la celda estaba abierta! Sin dudarlo, trepé el marco y salté hacia afuera. Desde ahí vi cómoGabriel dudaba. Echó un vistazo hacia la del calabozo y puerta después, él también saltó por laventana.  

Lagrimas de BosqueDonde viven las historias. Descúbrelo ahora