Cuando regresé no encontré a nadie en la reja. Si me hubiera sentido mejor, habríaaprovechado para dar una vuelta en el bosque. Pero iba arrastrándome. La tristeza me pesabatoneladas. Tiré de la campana del portal y vi que asomaba la cabeza la hermana María de lasNieves.
Salió unos minutos después y avanzó hacia mí para abrir el portal. En diez años, era laprimera vez que la veía usar la gran llave amarilla de la hermana Clotilde. Entré con micargamento y miré su rostro inexpresivo. Buscaba un rastro de bondad en él. Era en vano. Sindirigirme una sola palabra, ella volvió a cerrar la puerta y se alejó caminando paso a pasito.
Salté a tierra para quitarle las riendas a la mula. El patio estaba vacío. Observé la puesta desol detrás de los árboles: me sentía agobiado por mis pensamientos. Me daba la impresión deque la desaparición del astro me anunciaba otra noche de pesadillas...
Cuando llegué frente a la puerta de la bodega noté que es- taba ligeramente entreabierta.
Gabriel no debía haber concluido su tarea... Agarré un montón de leños, los cargué con elgancho y abrí la puerta empujándola con el hombro.
Me quedé en la entrada, estático.
Ahí en la oscuridad se destacaba una figura. Me llevó un momento admitir de qué setrataba.
Unas nalgas.
El trasero blanco de un hombre inclinado hacia enfrente sobre la mesa y con el pantalónbajado hasta las rodillas. Me llevó otra fracción de segundo comprender quién era y distinguiral cuerpo endeble que se debatía allí debajo. Debí soltar un grito porque el rostro del máspequeño se volvió hacia mí.
Era Gabriel.
Llorando.
Con una mordaza en la boca.
Tuve una alucinación: por un instante vi la cara de Lucía en su lugar y algo dio un vuelcoen mi cabeza. A partir de aquel momento, mis movimientos se sucedieron uno tras otro, independientes de mi razón.
El montón de leños y el gancho caen con estruendo en el piso, salvo uno que conservo entre mis manos.Séguin voltea a verme, se endereza intentando torpemente subirse el pantalón. El golpe le da en la sien.Cae al suelo. La mirada enloquecida de Gabriel va y viene de mi mano que sostiene el leño en el aire alcuerpo del sacerdote tendido de costado. En seguida, sus ojos se detienen en el gancho de carga, su brazolo alcanza y antes de que yo comprendiera lo que iba a hacer, ¡el gancho se encaja con un golpe seco en elcráneo de la Víbora!
La sangre escurre.
Un gemido atroz.
Las manos y los pies le tiemblan y el ojo, de súbito, se torna vidrioso.
Fin.
La cordura volvió a mí, y vi que Gabriel se subía el pantalón y arrancaba la mordaza de suboca. De inmediato se tapó los labios con ambas manos.
– Está... ¿Está muerto? – me preguntó en un tono de voz que reflejaba terror y alivio almismo tiempo.
Yo estaba impactado, completamente paralizado. Tenía la boca seca, y el aire que pasaba pormi garganta era apenas un hilo. Sin poder pronunciar una sola palabra, me arrodillé junto a alcuerpo y toqué la arteria del cuello con mi índice y mi dedo medio, como solía hacer paraverificar si un ciervo estaba muerto o no.
Nada
Moví la cabeza de un lado a otro.
– ¡Oh, no! ¿Entonces está muerto? ¡No quise matarlo! ¡Sólo quería que se detuviera! ¡Sóloque se detuviera!
A Gabriel le temblaba el labio inferior. Vi cómo se esforzaba por detener la horribletormenta que se había desatado en su interior, pero finalmente explotó, los ojos se le llenaronde lágrimas.
– ¡Me van a castigar! ¡Seguro! ¡No quiero ir al calabozo ¡No quiero ir! ¡No soy un asesino!¡Tú sabes, Jonás, que no lo soy! Les vas a explicar, ¿verdad?
La voz de Gabriel se apagaba conforme se imponía lo obvio.
– Calla. Me acerqué a él, tanto que nuestras caras casi se tocaban.
– Pero...
– Calla. Déjame pensar.
Gabriel asintió.
– No hay más remedio. Tenemos que esconder el cuerpo.
– ¿Qué?
– Nuestra única oportunidad será hacerles creer que fue un accidente.Si no, los dos iremos ala cárcel y no saldremos nunca de ahí.
Me conformé con emitir las palabras que me parecieron lo más lógicas posible.
Me esforcépor hablar con calma.
– Primero debemos sacar el gancho del cráneo.
– ¡Ah, no! ¡No puedo! ¡No puedo hacer eso! – me respondió Gabriel horrorizado.
No había tiempo que perder.
Cogí el gancho con ambas manos y lo arranqué de golpe. Elagujero en el cráneo estaba oculto por el cabello ensangrentado. También se había formadouna mancha de sangre en el suelo que había que limpiar de inmediato.
– ¡Quita las manchas! ¡Apúrate!
– ¿Con qué?
– ¡No sé! ¡Usa tus guantes!
– No puedo... – Escucha, Gabriel! ¡Si quieres que salgamos de esto me tienes que ayudar!
Gabriel me miró con desesperación unos segundos. Después, con mano temblorosacomenzó a tallar vigorosamente la mancha con el guante. Por mi parte, empecé a despejar unrincón de la habitación.
Cuando la mancha desapareció, Gabriel, sin saber qué hacer con el guante, lo refundió en elbolsillo de su pantalón.
– Ahora hay que ocultar aquí el cuerpo y cubrirlo con ese montón de leños.
Puse manos a la obra y arrastré el cadáver hasta el rincón ya despejado.
– ¡Esto no va a funcionar, Jonás! ¡No funcionará!
– ¿Qué acabo de decirte, hermano?
– ...
– Escúchame, ¡nadie se debe enterar de que Séguin está muerto! Primero escondemos elcuerpo.
Después lo enterramos donde nadie lo encuentre.
– ¡Es inútil! ¡Sabrán que está muerto cuando no lo vean regresar!
– Podrán pensar lo que quieran. Que se marchó, que un oso lo atacó, que se hundió en elhielo...
– De acuerdo, pero ¿dónde lo quieres enterrar? ¡No lo vamos a lograr!
– Sí que podremos... Lo llevaremos al bosque... esta noche
–¿Estás loco, Jonás? Aunque asífuera, ¡no podremos enterrarlo jamás! ¡Lo mismo que pasó con nuestros muertos! ¡El hielo nose ha derretido! ¡Lo sabes muy bien!
– No nos queda más remedio, ¿me escuchas? Pero vamos a salir de esto, te lo prometo. Sólotienes que hacer lo que te diga...
Gabriel se detuvo y me tomó del brazo bruscamente.
– ¿Escuchaste ese ruido? – murmuró y señaló la puerta.
Yo no percibí nada aparte de mi corazón que me latía en las sienes.
La bodega se encontraba alfondo del patio, y a esta hora las labores de la cocina y de limpieza estaban en plena actividadComencé a amontonar los leños encima del cuerpo. Gabriel titubeó antes de hacer lo mismo.
Lo hacía torpemente, pero entre los dos íbamos más aprisa. Casi habíamos terminado cuando escuchamos ruidos de sos que se aproximaban.
– Deja que yo hable, ¿sí? – tuve apenas tiempo de murmurarle al oído, antes de que lahermana Clotilde apareciera en la entrada.
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Lagrimas de Bosque
Teen FictionEsta historia no es mía todos los derechos a su autor en realidad le quiero dar popularidad aquí a la autora Nathalie Bernard la verdad esta historia me encanto bástate espero que les guste. Jonás acaba de cumplir dieciséis años, lo que significa qu...