D - 59 ( 15:30)

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Para dar tiempo a que Gabriel reparara la cabaña, Sansón invitó a los cazadores a entrar en la suya para calentarse. La jauría los siguió y así nosotros dos nos quedamos solos, tranquilos. Sin si- quiera mirarme, Gabriel se subió al techo para examinar el desastre. Se puso en cuclillas e intentó levantar el tronco, pero éste estaba bien encajado en la fractura del techo. Dejé que se esforzara por un rato y luego, como no veía resultados, le propuse:

– ¿Te echo una mano?

– ¡A la mierda! – me lanzó sin más, mirándome evidentemente enojado.

Al final de la tarde, vino Sansón a supervisar cómo iba Gabriel. No había hecho mucho y empezó a regañarlo. Y, dado que ya era la hora de volver, nos pidió que regresáramos en la madrugada para reparar la cabaña.

Nos acompañó hasta el internado, caminando tres metros detrás de nosotros. Lo escuchamos refunfuñar durante todo el trayecto. Para evitar un drama, había invitado a los cazadores a que pasaran la noche en su cabaña, lo cual significaba un esfuerzo sobrehumano para un solitario como él...

– ¿Estás contento? – me preguntó Gabriel.

– Maldito día. No veo por qué podría estar contento.

Masculló una palabra en inuit que no entendí. Algún insulto, seguramente. Yo sólo alcé los hombros, pero él no había terminado.

– ¿Cuál es tu problema, Jonás? ¡Nos miras a todos por encima del hombro con aires de superioridad! A veces, me da la impresión de que sientes que eres ya un blanco...

– ¿Qué?

– No estamos a tu altura, ¿verdad? ¿No quieres rebajarte a hablar con nosotros?

– No es eso, Gabriel. Te equivocas.

– ¿Ah, no? ¿Entonces qué?

– Ha sido una jornada larga. Guarda tus fuerzas para mañana, hermano.

– ¿Hermano? ¡Ah-ah! ¡Esa no te la creo! ¡Ahora resulta que se siente muy sabio! –declaró Gabriel entre dientes.

– ¡A ver si se callan! ¡No me dejan escuchar al bosque! – intervino Sansón.

Rezos, sermón de Séguin y caldo insípido.

El ritual de la noche se desarrolló como de costumbre hasta el instante en que la Víbora se paró detrás de Lucía y puso lentamente sus manos sobre los hombros de ella. Las demás niñas, temerosas de que hiciera lo mismo con ellas, fijaron la vista en sus platos. Mientras tanto, Lucía, aterrada, me miraba directamente con sus grandes ojos negros. Yo estaba sentado dos mesas más allá de la de ella y observaba con impotencia su metamorfosis. Era como si el sacerdote absorbiera su sonrisa y...

Poco a poco, Lucía se convierte en otra.

Los labios apretados, la piel tensa, los ojos apagados suprimen lo que hace de ella un ser único.

De pronto, ella es sólo un número...

Podía ver que me imploraba ayuda con la mirada, pero yo no podía hacer nada. Esa escena duró sólo uno o dos minutos. Y, sin embargo, esos minutos me parecieron eternos.

– ¡A los que les toca lavar los platos, ja trabajar! ¡Los demás ya pueden ir a los dormitorios! -espetó Séguin mientras aplaudía.

Lucía se asustó y después se levantó automáticamente para limpiar la mesa junto con otras dos niñas.

Durante su ir y venir a la cocina vi que le sonreía a una de sus amigas. Aliviado, sentí que el cansancio me caía encina al instante. Fui el último en levantarme de la mesa para ir al dormitorio.

Me desvestí y, exhausto, me deslicé bajo la manta. Deseaba cerrar los ojos y olvidar ese día.

– ¡Eh, número cinco! ¿No preferirías ser ya un blanco? ¡Te ves más a gusto entre ellos que con nosotros! – dijo Gabriel para provocarme.

Por suerte llegó la hermana Clotilde a apagar la luz y él se calló. En cuanto ella salió, me volteé hacia la izquierda para darle la espalda a Gabriel. Lo escuché resoplar con furia y revolverse entre las sábanas. Me tapé la cara con la manta y permanecí así un momento, con los ojos abiertos en lo oscuro. A pesar de la enorme fatiga, no podía dormir. El rictus malévolo de los cazadores, el brillo cruel en los ojos de sus perros, y las manos delgadas del sacerdote sobre los hombros de Lucía eran imágenes que se alternaban en mi mente.

Para dejar de pensar en todo aquello, hice un esfuerzo y retrocedí en mi recuerdo seis años atrás: era el último verano en que fui libre, una de las etapas más bellas de mi vida. 

Lagrimas de BosqueDonde viven las historias. Descúbrelo ahora