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Al amanecer, me desperté ovillado contra la pared helada. Sali de la cueva para estirar los músculos adoloridos. Afuera, el sol, que estaba ya en lo alto, me obligó a cerrar los ojos. Sus rayos increíblemente vivaces me calentaban el cuerpo y hacían que la capa de nieve sudara. El deshielo se aceleraba de manera impresionante, lo cual no era una buena noticia para nosotros.

 De estar helada, la tierra pasaría a húmeda y lodosa, y el piso se volvería inestable. Eso haría más lenta nuestra carrera. Era muy importante alimentarnos antes de retomar el camino.

Luego de inspeccionar los alrededores, localicé un joven arce, recogí una piedra y acometí el tronco.

– ¡Gabriel, ven a ver esto!

– ¿Qué hay? – dijo mientras salía a cuatro patas de la cueva.

– ¡Es hora de desayunar!

– ¿Qué?

– Hay que perforar del lado del sur: fluirá más bajo el sol...

Y, en efecto, cuando el agujero fue más profundo, un líquido ligeramente dorado se deslizó por el tronco. Mientras Gabriel lamía lo que había escurrido por la corteza, me las arreglé para tallar un trozo de madera.

– ¡Es demasiado bueno! ¡El arce es mi árbol preferido! ¡Qué pena que no haya en mi tierra! –me confió mientras se limpiaba los labios.

Hundí el trozo de madera tallado en la incisión y la savia escurrió como de un grifo abierto. Engullí una buena cantidad y dejé que Gabriel tomara más.

– ¡No te llenes o te dolerá el estómago! – le dije antes de quitar el trozo de madera para detener el escurrimiento.

– ¿Te acuerdas cuando el padre Tremblay nos enseñó a preparar jarabe de maple y comimos crepas?

–¿Que si me acuerdo? ¡Fue la mejor comida de Navidad en el internado!

Gabriel metió las manos en sus bolsillos y sacó un pedazo de pan, lo partió en dos y me dio un trozo.

– ¿Tienes poderes mágicos? ¿De dónde sacaste esto? – le pregunté antes de morder con avidez mi mendrugo.

– Apesto en aritmética, en gramática y en carpintería... pero siempre he sido un buen ladrón -me contestó sonriente.

– ¡Ya lo veo!

– Además, me parece que te debía un pedazo de pan – me dijo guiñando un ojo.

– Es cierto...

A pesar de ser un pedazo de pan duro, era el mejor que habíamos comido en mucho tiempo. Lo era porque lo compartíamos y lo degustábamos a la intemperie y sobre todo...

¡libres!

– Ese dibujo, allá en la cueva, ¿lo hiciste tú?

– Si

– ¿Quién es?

– Una chica que conocí antes.

– Parece bonita.

– Lo es y mucho.

– ¿Cómo se llama?

De nuevo dudé en contestarle. Hacía tanto tiempo que mantenía en secreto a Estela, queme pareció que si revelaba su nombre nunca la volvería a ver. Pero Gabriel no insistió. Se sentó sobre una piedra grande y colocó sus dos manos entrelazadas detrás de la cabeza adoptando una actitud pensativa.

–A mí también me gustaría tener una amiga. Las del internado o son demasiado chicas y, además, ¡no nos dejan acercarnos a ellas!

– Tendrás una cuando estemos de vuelta...

– Estaría bien – dijo, y recogió una migaja del suelo para llevársela a la boca.

Con aire soñador continuó diciendo:

– Pondré mi brazo alrededor de su cuello y escucharemos algo de rock mientras vemos las estrellas.

– Roc... ¿qué?

Me puse en cuclillas para estar a su altura.

– ¡No me digas que no conoces el rock and roll!

– No.

– ¡Es música! ¡Un tipo de música realmente genial! ¡A las chicas les encanta bailar a ese ritmo!

– Jamás he oído hablar de ella... Ahora que, pensándolo bien, he pasado toda mi vida en el bosque y en el internado, así que...

– ¡Un auténtico salvaje! – exclamó riéndose.

– ¡Más bien un guerrero cri! – dije sacando el pecho.

– ¿Tú un guerrero? ¡Ah! ¡Permite que me ría! Bueno, y volviendo a esa chica... si un día la sacas a bailar, ¡no será al ritmo de los tambores, sino al ritmo del rock!

– De acuerdo, de acuerdo, Gran Sachem, ya entendí...

– Ya, en serio. Cuando quieres sentirte contento, ¿piensas en ella?-me preguntó Gabriel.

– Así es.

– Yo, vas a pensar que es algo tonto, pienso en mi padre...

Alcé los hombros y seguí su mirada. Arriba de nosotros, en el cielo azul, los bancos de nubes se desplazaban y cambiaban de forma. Una de ellas semejaba un pájaro.

– No creo que sea algo tonto.

Al contrario, a mí también me habría gustado pensar en mi padre. Pero casi no tenía recuerdos suyos...

– Y lo peor es que tampoco me siento completamente feliz si pienso en él.

– ¿Por qué? Gabriel se rascó nerviosamente el brazo,

– Porque justo antes de que me fuera, discutimos... Mi padre me culpó de haber robado su pipa. Y, verás, a él le gustaba mucho esa pipa... porque se la había regalado su padre y a éste, asu vez, se la había dado el suyo, etcétera. En resumen, le juré que no había sido yo y él me dijo que además de ladrón era un mentiroso... Lo recuerdo como si hubiera sido ayer... Tenía la cara roja, creí que me iba a pegar... Y justo en ese momento llegó el agente indio.

– Y la pipa, ¿dónde estaba?

– Pues, ya te dije... soy un buen ladrón. Había tomado su pipa para fumar con mis amigos. Ni siquiera pude decirle dónde la había escondido antes de irme... De hecho, estaba tan asustado que ni siquiera pensé en hacerlo. Mi pobre padre perdió de una vez y el mismo día asu hijo y su pipa

 Apreté las rodillas contra mi pecho. Hacía rato que estábamos sin movernos y el frío nos invadía.

– ¿Dónde la habías puesto?

– Bajo el piso de mi recámara. Ahí tengo un pequeño escondite para mis tesoros – me dijo Gabriel y sonrió tristemente.

– En pocos días podrás devolverle su pipa... Tu padre estará contento.

– ¡Seguro que lo estará! – exclamó Gabriel.

Al instante, un sonido nuevo penetró en el bosque e interrumpió bruscamente nuestra conversación.

– ¿Qué es?

– Escucha... Conocíamos de memoria aquellos ladridos y aquellos llamados por haberlos escuchado decenas de veces anteriormente. Al final, la hermana Clotilde no había enviado a los gendarmes tras de nosotros, sino a los cazadores y a su jauría infernal. Y lo peor era que parecían venir del sur, es decir, justo del lugar adonde nos dirigíamos...

– ¡Qué estúpido soy! ¡Recordaron mi escondite e intentan atraparnos por la retaguardia!

– ¡No puede ser! ¿Y ahora qué hacemos? – dijo Gabriel alarmado.

– ¡Correr más rápido que ayer!

Sí, debíamos encontrar la fuerza para correr más de prisa, y lo que era peor: en dirección opuesta a las vías del ferrocarril...  

Lagrimas de BosqueDonde viven las historias. Descúbrelo ahora