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Sebastián, después de un viaje de dieciocho horas, llegó a su primer destino, un pueblo cordillerano a unos cuantos kilómetros de su locación final.

El objetivo de esta primera parada era organizar su recorrido, ver mapas y comprar provisiones para los días venideros en el inmenso bosque andino. Desde niño, le apasionaba el campismo, siendo la modalidad libre la que mayor placer le daba. Debido a esto, la organización del equipo y alimentos, era fundamental para disfrutar de una estadía en una zona agreste sin grandes complicaciones.

En viajes pasados, la planificación de cada acampe la realizaba con bastante anticipación, pero esta vez y debido a su repentina decisión de partir, solo le había dado tiempo y ánimo de armar su mochila.

Con su vieja compañera al hombro, bajó del autobús y gracias a las indicaciones de la oficina de turismo local, encontró un camping cercano a la estación. En él, armó la carpa y comenzó a escribir en su celular todo lo que necesitaba y sin perder tiempo, se dirigió al pueblo para comprar lo necesario hasta caer el sol.

En la primera noche de campamento, agotado y bajo una luna nueva, no hizo mucho, aunque sí la primera fogata del viaje. El aroma a madera quemada, las lenguas de fuego y el crepitar de las llamas lo transportaron a un mundo calmo, sin prisa y sin preocupaciones; uno que hacía muchos meses no visitaba. En ese mundo se quedó hasta que el sueño lo encontró y lo convenció de dormir una de las noches más profundas de su vida.

Al despuntar el alba del nuevo día, el ánimo era otro y las ganas de arrancar y encontrarse acampando en la montaña frente a un lago en absoluta soledad, muchas.

Motivado, acomodó los pertrechos para adentrarse en el solitario bosque.

–Bien, tengo mapa y todas las provisiones. Espero que algún lugareño me acerqué al lago. Si no, la caminata va a ser larga y dura.

Entrada la mañana y gracias "al Cholo" y su vieja camioneta Ford, se encontraba caminando en las proximidades de su destino esperado.

El lugar seguía siendo como lo recordaba, de una infinita belleza que lo abrumaba, pero a la vez lo reconfortaba.

Luego de caminar por largo rato, se detuvo para tomar un descanso y como un reflejo instintivo, sacó del bolsillo del pantalón el teléfono celular y lo chequeó a la sombra de unos cipreses. Mientras recuperaba el aliento, observó en la pantalla la leyenda "sin conexión" y, después de subirse a unas rocas musgosas y probar diferentes posiciones cuasi como una antena, aceptó el hecho de que ya era imposible una conexión con el resto del mundo. Al volver a guardar el aparato y retomar la marcha, se encontraba incómodo, como si regresara de un entierro. Le faltaba algo y se podría decir que hasta tenía miedo.

Como un adicto, en las horas y días posteriores, siguió chequeando el teléfono rutinariamente. Hasta que en un momento dado y sin darse cuenta, se olvidó de hacerlo. Estaba libre.

Gracias a esta libertad, sus días pasaban sin regla alguna. Le gustaba levantarse temprano, empacar sus cosas y luego desayunar. Minutos después se encontraba de nuevo caminando con su mochila al hombro en la inmensidad de la naturaleza con rumbo incierto. El recorrido duraba lo que su ánimo indicara. Cuando encontraba un lugar adecuado, montaba su campamento y disfrutaba del paisaje, la pesca y, por sobre todo, del ocio.

En un atardecer soleado, mientras descansaba a la orilla de un arroyo, notó que ya no se encontraba desterrado. El muchacho que se hallaba perdido había vuelto. Feliz por este hallazgo, retorno a su refugio del lago escoltado por el sol que se ocultaba detrás de los macizos cordilleranos. Llegado, buscó en la mochila su cerveza preferida, la enfrió en las aguas heladas y luego de abrirla, derramó un poco sobre la tierra para compartirla. La degustó lenta y pausadamente sin decir palabra alguna. Su mirada calma se encontraba clavada en la orilla distante y una sonrisa comenzó a dibujarse en sus labios. Su expresión, recordaba al reencuentro con un amigo perdido divisado a la lejanía.

En la mañana siguiente, mientras pescaba sobre un peñón pulido por la intemperie, decidió no levantar campamento. El lugar era excelente para la pesca y en pocas palabras, un paraíso.

Al rato de no capturar nada y a punto de volver con las manos vacías, una trucha arcoíris caía atrapada por el señuelo dorado y negro en el extremo de la línea. Después de limpiar la presa a orillas del lago y guardarla en una red sumergida en el agua fría, llenó la cantimplora y decidió caminar un par de horas explorando los alrededores. Mientras andaba, se deleitaba de solo pensar en el delicioso almuerzo que lo esperaría a la vuelta.

El día había amanecido despejado, no obstante, nubes oscuras cubrieron el cielo en medio de la caminata, sorprendiendo con un gran chaparrón al muchacho en la montaña.

–El clima en la cordillera es impredecible –pensó Seb mientras buscaba refugio apresuradamente para resguardarse del aguacero.

Con un golpe de suerte, encontró una pequeña cueva formada por las raíces expuestas de un árbol inmenso y centenario, que apretaban como una anaconda grandes piedras de granito que oficiaban de pórtico. La entrada se encontraba casi oculta, protegida por arbustos espinosos de ramas enmarañadas, que lastimaron sus manos y rostro al tratar de penetrar en ella.

Cuando apartó la vegetación que obstaculizaba el paso, se percató que la oscuridad le impedían ver el interior en su totalidad.

–¿Quién sabe qué alimañas encontraré aquí? –murmuraba mientras trataba de mirar hacia la profundidad velada.

Pero no estaba allí para dudas y el misterio lo invitó a seguir adelante.

No era una cueva grande. Tendría unos tres metros de profundidad y solo se podía estar sentado, pero le serviría bien para resguardarse del agua y del viento helado que estaban tomando por emboscada al monte.

Ahora protegido de la intemperie, podía apreciar cómodamente el encanto de la lluvia.

Sentado a la espera que el chubasco amaine, comparó a la lluvia como una invasión pacífica del cielo queriendo conquistar la tierra. Las pequeñas gotas de agua bombardeando cada centímetro invitaban a sus ocupantes a buscar reparo. Acallando todo. El rítmico golpeteo del agua sobre la vegetación no traía terror como las bombas de una guerra, si no, todo lo contrario. El sonido lo arrullaba y el aroma a tierra mojada lo serenaba. Sintió como sus párpados pesaban y sus ojos se proyectaban más allá de la cueva y de la vegetación que la rodeaba, veía, pero no veía.

–Es el momento, la situación es inmejorable... no creo que exista otra oportunidad como esta. Su enlace incipiente es casi imperceptible, pero se encuentra en este instante en su máximo potencial. Contactemos de inmediato a Ella y hagamos el vínculo cuanto antes –comandaba Nosotros a Nosotros.

Habían pasado nueve años desde el ofrecimiento de Nosotros de enlazar a un humano con la esperanza de que la madre suprema vuelva a disfrutar de la vida. Nueve años pueden parecer mucho tiempo, pero para Ella era como una simple espera en la sala del médico.

RENOVATIO - La realidad puede cambiarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora