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El camino a la cueva le llevaba media hora. Debía subir la montaña, atravesando piedras de todos los tamaños y colores. La vegetación era muy variada, desde pequeños arbustos con diferentes flores y frutos, hasta árboles inmensos que lo hacían sentir una pulga dentro de un perro. La entrada a la gruta, se encontraba casi oculta por varias plantas de rosa mosqueta y formada por las raíces de un canelo que se entremezclaban y enterraban entre tierra y grandes rocas. Poseía el aspecto de una boca abierta, esperando con pa-ciencia poder tragar a un distraído.

Desde que había arribado a la zona de su campamento, nunca se cruzó con nadie, ni siquiera lugareños o algún animal doméstico descarriado. Muchas veces, en otros viajes por esas latitudes, había visto animales perdidos, como va-cas, corderos, ovejas o gallinas que deambulaban libremente por la montaña y atestiguaban que una cabaña se encontraba cerca aunque no se viera. Irónicamente, a pesar de la ausencia de humanos o sus animales, se había encontrado con personajes propios de las leyendas o algún cuento fantástico.

Abstraído por el divagar de su mente, de pronto, se topó con el portal y junto al hallazgo, su corazón comenzó a latir desbocado, ¿Sería una advertencia o solo nervios? –pensó mientras se apoyaba en una de las raíces que oficiaba de columna del umbral. Inspiró y exhaló profundamente, y penetró a gatas tomando valor, hasta perderse en la oscuridad del interior.

–Hola Nosotros y Ella –dijo o quizá pensó el joven, ya no veía la diferencia–. ¿Están ahí?

–Aquí estamos muchacho –contestó Nosotros mientras triangulaba la conexión con su madre.

–Antes de hablar de lo que vimos la primera vez que nos enlazamos, me gustaría, si me lo permiten, hacerles unas preguntas y aclarar algunas cosas.

–Si están a nuestro alcance será un placer responder a tus dudas –contestaron amablemente los pequeños seres.

Sebastián, en el momento que iba a formular la primera pregunta, se detuvo. Se río por lo bajo, rascó su cabellera y continuó.

–Las preguntas que les iba a hacer... Empiezo de nuevo... ¿Ustedes ya saben lo que les voy a decir no?

–Por supuesto –respondió interviniendo la madre.

Después de reírse unos segundos, el muchacho continuó.

–Si es así... porque me permiten hacerla y no me responden directamente o hacen eso de llenarme de información la cabeza como la otra vez.

–Porque, a veces, el objetivo de la pregunta y la pregunta misma, cambia mientras se está transmitiendo con el lenguaje. Observa lo que sucedió hace solo un instante, nos ibas a consultar algo que, seguramente, has elaborado con mucho cuidado en las últimas horas antes de este encuentro. Sin embargo, en el momento que lo ibas a transmitir, tu mente se frenó y preguntaste algo que no se te había ocurrido antes. ¿Entiendes? –explicó Nosotros como un profe-sor paciente querido por todos sus alumnos–. Además, es gratificante mantener una conversación y debatir sobre algo. Tanto Ella como nuestro clan, aunque viejos, seguimos aprendiendo y tú, serás un nuevo maestro para nosotros.

–Entiendo –respondió pensativo el humano–. Retomo nuevamente las preguntas originales. Esta es para ti, Ella. Eres un ser muy grande de tamaño y viejo. Estás en la tierra hace muchísimo tiempo. Vives en el fondo del mar, donde no llega la luz del sol. Tu cuerpo es transparente y creas o haces nacer, seres que antes no existían. Los llamas Principios. Solamente con pensar en ellos al cabo de un tiempo, emergen de tu cuerpo. Ni bien lo hacen reciben el nombre de Otro. Luego se lo cambias por otro nombre propio que lo identifique. ¿Estoy en lo correcto?

–Perfecto resumen. Te falto agregar que soy única y no soy vieja, tengo solamente mucha experiencia –respondió Ella con su gran ego característico.

RENOVATIO - La realidad puede cambiarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora