XXVIII

3 1 0
                                    

A la mañana siguiente, el ritual se repetía: Se lavaron, se peinaron, vistieron sus mejores ropas y se pusieron el mejor perfume del profesor nuevamente, del que ya no quedaba mucho.

El trayecto en auto por la ciudad sirvió, aunque sea un poco, para relajarlos. Pensar en un posible homicidio no les agradaba mucho y menos saber que ellos estaban en medio de los acontecimientos. No solo su preocupación se basaba en terminar con el mismo destino, sino también en ser acusados por la muerte de la anciana.

Por suerte, cuando Seb accionó la radio del auto, sintonizó una emisora que transmitía clásicos de épocas pasadas. Inmediatamente, el profesor comenzó a cantar imitando a sus vocalistas con las expresiones características de estos.

–Soy el Jagger de Austria –dijo Víctor imitando al gran Mick mientras sonaba por los parlantes Sympathy For The Devil de la banda inglesa.

Entre risas, prometieron visitar un bar con karaoke una vez terminada la búsqueda y cuando hubo comenzado el profesor a cantar el último estribillo de la canción, el muchacho lo interrumpió:

–Es aquí la dirección –dijo señalando con el dedo una casa.

Luego de dar una vuelta rodeando la manzana para observar los alrededores, estacionaron el auto a unas cuadras y se dirigieron al lugar. El frío apretaba el cuerpo, así que apuraron el paso para escapar de él lo más rápido posible.

La casa no era muy diferente a la de Frau Ring, era evidente que había sido construida en los mismos años. Los detalles edilicios y estéticos de otras épocas reinaban por doquier.

Como era su costumbre, dieron los últimos detalles a su apariencia y a falta de aldaba utilizaron el timbre para llamar a la puerta.

Prontamente, una anciana contestó al llamado preguntando quienes eran.

–Buen día señora, ¿usted es Silvia, la hermana de la difunta Ruth Ring? Que en paz descanse –preguntó amablemente Víctor desde una distancia prudente de la puerta de entrada para no intimidar.

–Disculpen. ¿Los conozco? ¿Quiénes son ustedes?

–No señora, no tenemos el gusto de conocernos. Mi nombre es Percy Fawcett, profesor de historia de la Universidad de Salzburgo y él es mi ayudante y alumno de intercambio internacional, Joaquín Sabina.

A continuación, Víctor volvió a dar la misma explicación que a la vecina, incluyendo algún que otro adjetivo de alabanza sobre la anciana y la noble empresa que estaban llevando a cabo para el bien de la comunidad de Linz y el recuerdo de su insigne cuñado para la posteridad.

Más tarde pensaría que por eso los ladrones tienen como objetivo a los ancianos. Silvia, no solo les permitió buscar lo que necesitaran en la casa de su hermana, sino que les confió las llaves del inmueble.

En el momento que le entregaba las llaves al profesor, Seb supo que el encuentro había sido un éxito

El esfuerzo daba sus frutos y aunque el muchacho no en-tendía una sola palabra de la conversación, sabía que Víctor la estaba engañando. Sintió pena por la mujer y por ellos mismos.

–Pero... ¿Quién nos creería que buscamos una semilla de millones de años junto a dos especies desconocidas por el hombre y que el objetivo final era un bien para todos los seres de este planeta? –pensaba–. Directamente a la cárcel por estafadores o a un manicomio bien medicados para que no hablen estupideces que no le interesan a nadie, lo que sería peor.

Esto lo conformó un poco, aunque también se dio cuenta de que podría ser una excusa para lavar su culpa. Artimaña que utilizaba comúnmente su inconsciente.

RENOVATIO - La realidad puede cambiarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora