XXXVII

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¿Cómo te sientes? –preguntó Oscar paternalmente.

–Desahuciado... con hambre y mucha sed –respondió Sebastián masajeando su cara con sus dos manos como tratando de despertarla.

Oscar se acercó a él con un vaso con agua y un cuenco con una papilla de verduras muy levemente sazonado.

–Come y bebe despacio. Tómate tu tiempo, no hay prisa.

Seb contenía sus ganas de devorarlo todo, estaba famélico. Se sentía vacío, pero no por el hambre que tenía. Era un vacío diferente, como limpio, ligero... liviano.

Mientras que el muchacho comía, el chamán solo se limitaba a mirarlo con una sonrisa indulgente, como esas que se ven en las pinturas de gurúes orientales.

Una vez terminada la comida, el muchacho le preguntó cuánto tiempo había pasado desde que había iniciado el ritual.

Poco menos de veinticuatro horas. Para ser exacto, veinte tres horas y veintisiete minutos –respondió mirando un reloj de agujas que colgaba de la pared–. En la Otra Realidad, has estado por cinco horas. El resto del tiempo has dormido. Las primeras veces, es habitual que el viajero esté muy confundido y agotado a su regreso. Con el tiempo y la experiencia, lograrás acostumbrarte.

–¿Y siempre has estado a mi lado?

–Por supuesto, soy tu maestro y debo cuidarte. Soy responsable de lo que te pueda pasar.

–Es decir que no has comido ni dormido durante todo este tiempo.

–He bebido infusiones y una suave colación. Estaba todo preparado para no alejarme de ti. Hasta tu comida fue preparada antes de tu viaje. No he dormido, pero uno llega a dominar la vigilia con práctica, es parte del aprendizaje. Quién sabe algún día tú también lo hagas y pases a ser un guía.

–¿Quieres que te cuente lo que he visto y sentido allí?

–Tienes que hacer lo que tú creas que debes hacer. Es tu elección, como siempre debe serlo.

Sebastián, sin perder tiempo y luego de tragar lo que tenía en su boca, empezó a contar lo sucedido del otro lado.

–Al comienzo estaba en un lugar en tinieblas. Las cosas no eran nítidas, como si viera a través de un vidrio sucio o como cuando uno se levanta de dormir con legañas pegadas a los ojos. Tampoco había sonido alguno, el silencio era abrumador, pero, por sobre todo, sentía mucho miedo... sentía que iba a morir. Estaba atrapado... solo. Lo único que pude hacer fue recostarme y encogerme como un bebé indefenso en el vientre materno –y entre ojos llorosos continuó–. Tenía los ojos cerrados, no quería abrirlos, lloraba.... tenía mucho miedo... pánico. Así estuve por largo tiempo, no sabría decirte cuánto, sentí que fueron años. Al principio traté de luchar contra esos sentimientos, pero luego, simplemente me entregué y acepté mi sufrimiento.

Seb hablaba como un médium. Sus ojos todavía parecían estar viendo lo que contaba, y, perdidos en el infinito, reflejaban la tortura que había vivido. Oscar solo escuchaba.

–En algún momento algo empezó a crecer dentro mío, comenzó como algo imperceptible, pero poco a poco fue abarcándolo todo. Se abría paso dentro de mi cerebro como una reacción en cadena, una reacción atómica, imparable, que luego avanzó sobre el resto de mi cuerpo. No sé cómo ni porqué, pero me puse de pie mientras un coraje que nunca sentí en mi vida tomaba el control. Me sentía atiborrado de él. Reía y lloraba al mismo tiempo y, entonces, algo me dijo que nunca más sentiría miedo. Fue la sensación más increíble que sentí en toda mi vida... me sentí libre de todo, hasta de mí mismo. Segundos después empecé a caminar y, a cada paso, las figuras que me rodeaban se hacían más nítidas, permitiéndome apreciar su belleza, aunque no las entendiera. No sabía lo que veía, pero me daba cuenta de que no era necesario entender, sino sólo apreciar y aceptar. Luego, me vi a mí mismo con los ojos de ellas. Y, así, caminé hasta que, extenuado, decidí acostarme y dormir. Todo fue simplemente hermoso.

–¿Y ahora cómo te sientes?

–Me siento un superhéroe –reía–. No hay confusión. Se fue el panal de abejas que vivió en mi cabeza toda mi vida.

–A partir de ahora, aunque en el futuro te equivoques, sabrás que eso no es lo importante –dijo Oscar–. Y que el sufrimiento es parte de la vida y puedes superarlo.

Sebastián se quedó unos segundos en silencio y con una mueca graciosa y cansina dijo:

–Quiero volver a entrar.

–Lo harás, pero primero debes reponer tus fuerzas, estas son las reglas.

RENOVATIO - La realidad puede cambiarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora