XVIII

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La Visión que había tenido Seb, junto a Ella y Nosotros, estaba presente en su memoria como si la estuviera viviendo en ese mismo momento. La tenía grabada a fuego. Era como un film que podía atrasar o adelantar a voluntad para ver con claridad cada cuadro que lo formaba, pero a diferencia de una película, estaba enriquecida con el estímulo de todos los sentidos.

Sin embargo, las imágenes, aunque vívidas, no daban una información completa. Recordó a los profetas de antaño que vieron cosas por suceder, ¿cómo explicarlas sin entenderlas del todo?

Lo que habían visto los tres seres (teniendo en cuenta a Nosotros como uno solo) estaba claro. Cada miembro del trío debía cumplir una función específica en una determinada etapa de la Visión.

La primera etapa era encontrar a la Semilla. Lo que daría origen a todo ¿Pero... dónde encontrarla?

Aunque recibía este nombre, en la Visión no tenía el aspecto de una. El color, forma y la textura de su superficie recordaba más a un elemento metálico, mineral, no orgánico.

Sebastián había viajado al país bávaro porque "supo" que estaba allí. Fue una intuición tan fuerte y segura que pasó a ser una afirmación indiscutible, un hecho. ¿Pero dónde se localizaba específicamente? Era como buscar una aguja en un pajar y la única herramienta que tenía a su alcance era internet. Sin contar que no hablar la lengua local tampoco ayudaba mucho.

Sentado en frente de la notebook esperaba ansioso hallarla.

La primera búsqueda en la web arrojó como resultado bancos genéticos de semillas y joyería, mucha joyería. Absolutamente ninguna imagen parecida a la de la Visión. Probó luego buscando rocas, minerales y meteoritos, y las imágenes fueron más parecidas, pero ninguna era.

Paso horas indagando y, de no ser por el delicioso y abundante desayuno austriaco, hubiera caído muerto de agotamiento.

Pasado el mediodía, cansado y desganado, volvió a la casa de Víctor a dormir una buena siesta. –Quién sabe dormir me aclare un poco las ideas –pensó impotente.

Cuando abrió la pesada puerta rojiza que resguardaba la entrada de la casa, escuchó la voz del profesor que venía desde la cocina.

–Hola, Seb. ¿Por dónde anduviste? ¿Almorzamos juntos? –preguntó el profesor mientras prendía hornallas y sacaba sartenes de la alacena.

–Te agradezco, pero acabo de terminar un desayuno que demoré cerca de tres horas en tragar. Pensé que era una misión imposible, pero puse todo mi esfuerzo en hacerlo –dijo Seb tomándose con sus dos manos la panza abultada y satisfecha.

–¡Te vas a perder uno de los mejores omelette de Austria; ¡No... mejor dicho, del mundo! ¡Delicioso y altamente nutritivo! Varios vegetales salteados, semillas de todo tipo y el ingrediente principal... media docena de huevos caseros recién llegados de una granja de unos amigos en las afueras de la ciudad –exclamaba a toda voz mostrando desde la entrada de la cocina con orgullo un gran huevo marrón entre sus dedos, como si fuera una piedra preciosa de incalculable valor.

–Huevo... ¡El huevo es similar a una semilla! –La cabeza del muchacho pensaba a toda velocidad–. ¡Eres un genio Víctor! –gritó desde la puerta, cerrándola de un portazo y yéndose nuevamente hacia la calle a toda velocidad.

A los pocos minutos, se encontraba de nuevo en el bar donde había desayunado y el mismo mozo volvió a atenderlo.

–¡No digas que te has quedado con hambre! Tienes un monstruo en ese estómago o tienes un hermano gemelo que hace unos minutos se terminó el desayuno más grande que da la casa, lo que no es poca cosa –dijo el empleado socarronamente–. ¿Qué deseas?

Con una sonrisa tan amplia como pudo y sin entender una sola palabra de lo que le había dicho el mozo, Sebastián, señaló una pinta de cerveza en el menú que estaba sobre la mesa para hacerse entender.

–Veo que eres un hombre de pocas palabras y buen apetito –contestó y se retiró espantando con una servilleta de tela una mosca que revoloteaba cerca de él.

Sin perder un segundo, abrió la notebook y realizó la búsqueda. Dentro de los parámetros incluyó las palabras: huevo, metal y roca. A los pocos segundos, en la pantalla apareció la imagen que recordaba de la Visión. Al verla, Seb lanzó un grito de alegría que despertó a los comensales somnolientos.

–Mudo no es –gruñó el mozo desde el mostrador.

RENOVATIO - La realidad puede cambiarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora