XIII

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Varios días después de emprender la vuelta, Sebastián se encontraba de nuevo en el pueblo cordillerano donde había organizado su campamento una vez llegado de la gran ciudad. No era una urbe importante, pero el ir y venir de gente, vehículos y el ruido de todo lo que sucedía a su alrededor, lo marearon un poco.

Para reponerse, entró en un bar sobre unas de las calles perpendiculares a la estación de ómnibus para tomar un café. Mientras se acomodaba, recargó y encendió su olvidado teléfono móvil y sorprendido vio la fecha. –El celular funciona mal –se dijo–. Algún golpe o la humedad dentro de la mochila.

Pidió un café, que a los minutos vino acompañado de unos sobres de azúcar y el diario de esa mañana. Instintivamente, su mirada se dirigió a corroborar el posible error. El celular no estaba dañado. Pero si su percepción del tiempo. Para él, habían transcurrido como máximo veinte días, pero el diario certificaba una fecha totalmente diferente, develando el lapso exacto: treinta días. Con su mente confundida, tomó el pocillo caliente, olió el aroma intenso y reconfortante del café, bebió un sorbo y con voz serena dijo: –Tendré que acostumbrarme a estas cosas.

Al terminar, se dirigió a la estación de ómnibus que se encontraba a metros de allí para comprar un pasaje. Con el boleto en sus manos, se sentó en un banco alejado del movimiento intenso del lugar para esperar el vehículo.

Como un reflejo indispensable para sobrevivir, se colocó los auriculares. No quería escuchar música, solamente alejar a los pasajeros ávidos de una conversación innecesaria. Su mente todavía estaba en la soledad de la montaña y en esa isla en medio de la vorágine se quedó hasta que lo venció el sueño.

–Último aviso... se anuncia la partida del ómnibus con destino a Buenos Aires de las ... –dijeron los altavoces con un chirrido que despabiló a Seb de su breve siesta. Atontado y desorientado, se dirigió velozmente al vehículo, donde subió y se acomodó para afrontar el largo viaje de retorno.

El trayecto transcurrió sin inconvenientes y luego de largas horas agotadoras en la ruta, su casa en la gran ciudad lo recibía de nuevo como siempre lo hacía, acogedoramente.

Al abrir la puerta de su departamento, junto con el olor de un lugar cerrado por un largo tiempo, Sebastián percibió el mismo sentimiento vivido mientras levantaba su campamento en la montaña. No solo no era el Sebastián que añoraba volver a ser cuando partió a la Patagonia, se había con-vertido en un Sebastián que ni siquiera imaginaba ser.

"Todo viaje es iniciático", escuchó una vez decir y era cierto. Seguido a esto, Sísifo, lo recibió maullando en señal de bienvenida. Seb lo alzó y acarició efusivamente, para después arrojarse en el sillón de la sala de estar junto con él. Luego de unos minutos y gracias al ronroneo de su compañero, cayeron los dos dormidos.

Después de un rato, la lengua áspera de su amigo en el rostro lo hizo despertar con una sonrisa, mientras el sol penetraba sin permiso por la amplia ventana. Hacía mucho tiempo que no sentía el contacto y afecto de un ser querido. Se desperezó largamente y, con una energía renovada y luego de unas caricias a su "reloj despertador", se fue a dar un baño caliente.

Al salir de la ducha y después de contactarse con su tío Daniel, preparó unos mates y los tomó mirando el vacío, mientras su cabeza trabajaba a todo vapor.

–En total, tengo unos cinco mil dólares de ahorros y el dinero prestado por mi tío: unos mil quinientos más. Si me cuido en los gastos, tendría que alcanzar y hasta sobrar un poco. ¿Y si pasa algo inesperado? ¡Tendré que arreglármelas! –gritó Sebastián juntando sus manos alrededor de su boca como si tuviera un megáfono.

–¡Silencio! ¡Que se despierta mi bebe! –gritó enojada su vecina de al lado.

–¡Perdón! –volvió a gritar

–¿Eres tonto? ¡Para de gritar! –vociferó la mujer–. Sebastián empezó a reír.

–¿Cuánto hace que no me siento tan feliz Sísifo? –le dijo al felino mientras se dejaba caer en el sillón junto a él, el cual salió disparado hacia la cocina por el susto.

Al mediodía de ese mismo día ya tenía casi todo planeado. Había confeccionado una lista y, mientras la repasaba, tachaba con un lápiz violeta lo resuelto:

–Sísifo y plantas... Listo.

Su vecina Zulma seguiría cuidándolos en su ausencia. Para tal fin ya había comprado toneladas de alimento y piedras higiénicas.

–Pasaje aéreo... Listo. ¿Impuestos?... Listo

De eso se ocuparía su tío Daniel. Su tío había sido un gran viajero en su juventud. Por eso, al enterarse del viaje repen-tino de su sobrino, lo apoyó y aportó dinero para tal fin sin dudarlo. También le suministró los datos de un viejo y que-rido amigo en Austria, destino del viaje.

–¿Equipaje? Es lo único que me falta. En Europa todavía hace frío en esta época, y más en Austria –acto seguido metió desprolijamente ropa de abrigo de nuevo a su mochila a medio vaciar y todavía cubierta de polvo–. Bien, creo que tengo todo listo –dijo mirando a su alrededor con aprobación y apoyando las manos en la cintura.

RENOVATIO - La realidad puede cambiarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora