VII

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Una débil respiración se escuchaba en la cueva húmeda y silenciosa. Sutiles y toscos movimientos se percibían solamente por el crepitar de ramas y hojas muertas en la profundidad.

Desorientado, Sebastián se despertó sin recordar haberse dormido.

Agarrando con ambas manos su cabeza, trató de entender lo que le había sucedido. Tenía hambre y mucha sed, pero lo sentido y visto, desplazada en consideración a estas necesidades básicas. ¿Había sido un sueño extraño al dormirse o fue otra cosa? –Fue tan real –pensaba confundido.

De pronto, sintió repentinamente una electricidad que recorrió toda su espalda, desde la punta inferior de la espina dorsal hasta culminar dentro de la cabeza. Esta intensa sensación lo hizo despertar por completo, acompañada con un sobresalto mecánico y un miedo profundo e inexplicable que lo hizo huir de la caverna de inmediato.

Al volver al campamento, luego de tropezones y caídas, su cabeza todavía daba vueltas y, desorientado, dudó del tiempo que había transcurrido.

–¿Cómo puede ser que esté todo seco? –se preguntaba al ver la suciedad pegada a la carpa–. Es simplemente imposible, que después de semejante lluvia, todo se seque tan rápido en un ambiente así de húmedo. Todo es muy raro.

Una vez chequeado que todo estaba tal cual lo había de-jado, se dirigió a orillas del lago con la cantimplora para cargarla de agua fresca y saciar su sed y recoger la presa que había pescado para cocinarla. Para más sorpresa, notó que la trucha no parecía fresca. Desconfiado de su estado, la arrojó al agua y busco unas barras energéticas que se encontraban dentro de la mochila para apaciguar su feroz apetito.

Tomando la barra con una mano y con la otra la cantimplora, se sentó desorientado sobre un tronco a orillas del espejo de agua, clavó su mirada en la superficie crispada y se tranquilizó lentamente. –Debo volver ahí –dijo susurrando al viento mientras masticaba como un rumiante.

RENOVATIO - La realidad puede cambiarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora