XLV

6 1 0
                                    

El suelo era negro, de un opaco intenso. Nada se reflejaba en él y casi no existía un horizonte que dividiera el cielo tormentoso y la superficie. Todo estaba en calma, sin sonido ni viento o alguna otra sensación que pudieran percibir los sentidos humanos. El entorno le hizo recordar los minutos previos a un chaparrón de verano que tanto le gustaban y, al contrario de lo que uno podría pensar, se sintió a gusto en ese ambiente.

Instintivamente colocó sus manos como un megáfono improvisado y comenzó a llamar a Nosotros a viva voz. Lo repitió una y otra vez con la esperanza de una respuesta. Al cabo de unos minutos de intentarlo y al no recibir contestación alguna, cesó.

Estaba perdido y sin saber qué hacer. Hacia dónde mirara no encontraba objeto alguno, sólo tierra negra, nubes amenazantes y un horizonte deslucido. Los 360 grados que lo rodeaban eran eso, una tierra vacía y desolada.

–¿Qué hago ahora? –se preguntó apoyando sus manos en la cintura mientras escudriñaba a lo lejos en busca de algún detalle escurridizo–. Otra cosa no me queda más que esperar a que suceda algo –se dijo–. Y mejor hacerlo sentado.

En el momento que bajó su mirada para ubicar el lugar donde se sentaría, divisó una piedra de color verde turquesa intenso que le llamó la atención. Su vivo color y las finas vetas blancas que recorrían su superficie, la hacían contrastar del sombrío suelo. Hechizado, la miró hipnotizado mientras la tomaba con su mano para luego sentarse con parsimonia en el suelo apagado.

Allí sentado y mientras la observaba con veneración, todo cambió. A su alrededor surgieron infinidad de seres y objetos de diferentes tamaños, colores y formas. Las imágenes se asemejaban a un grafiti surrealista creado por un artista callejero para decorar algún muro abandonado en algún suburbio citadino.

Inmediatamente y con un impulso, se puso de pie guardando la piedra en su bolsillo. Sin pensarlo, se dirigió hacia un ser de unos tres metros de alto que pasaba por allí vestido con estrafalarias prendas y le preguntó si había visto a Nosotros.

–Por allí –dijo señalando con una de sus largas extremidades un castillo de piedra a unos cientos de metros de donde se encontraban.

–Gracias, muy amable –respondió Seb haciendo una reverencia con su cabeza y dirigiéndose hacia él sin perder tiempo.

Con el ritmo de un caminante en el sendero de una montaña que va admirando el paisaje, el muchacho se dirigió a la mole de piedra mientras apreciaba el collage que lo rodeaba.

Después de largos minutos y de atravesar cientos de cosas, seres y sensaciones imposibles de explicar con palabras, llegó al castillo. Allí se encontró ante un portón inmenso con grandes herrajes oxidados, reforzado con infinidad de clavos remachados de puro hierro.

Parado frente a él, solo se le ocurrió hacer lo que siempre hacía cuando llegaba a una puerta, abrirla o golpear.

Con confianza, optó por abrir el pesado portón sin pedir permiso, empujándolo con ambas manos y propinándole un fuerte envión.

En el instante en que se abrió, su entorno cambió nuevamente por completo. La oscuridad y la penumbra habían vuelto, envolviéndolo todo, devorándolo. Sintió un miedo y opresión infinita, lo que hizo que su cuerpo se paralizara por completo.

Instintivamente y con un gran esfuerzo en sus movimientos, introdujo su mano en el bolsillo del pantalón buscando la roca. Al encontrarla, la acarició suavemente con las yemas de sus petrificados dedos.

Como si hubiera accionado un interruptor, la oscuridad dio paso a la luz y el castillo emergió nuevamente a su alrededor. En segundos, una seguridad plena se apoderó de él relajando su cuerpo entumecido y con ella, la visión de cientos de pequeños seres rosados amontonados unos contra otros como si estuvieran resguardándose del frío. Parecían un enjambre de insectos inmóviles.

RENOVATIO - La realidad puede cambiarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora