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En ese mismo momento en la celda, una descarga eléctrica trepó por el cuerpo del muchacho despertándolo abruptamente y con ella, una afirmación se hizo presente en lo más profundo de su ser.

Todavía conmocionado, Seb clavó los ojos en el vacío en donde sólo percibían desolación y dijo sin ocultar su angustia:

–Julio estaba en lo cierto... el velo ha caído. Fuimos engañados.

En el catre, el muchacho se acurrucó cubriendo el rostro con las rodillas. Una mezcla de frustración y desazón invadió su corazón profundamente.

–Perdón Víctor... perdón Marta... perdón Ella... perdón a todos –fue lo único que pudo decir. Repitiéndolo una y otra vez, entre sollozos como un mantra, mientras las lágrimas resbalaban por sus mejillas sucias.

Irónicamente, un desengaño lo había conducido al inicio de esta triste aventura y un desengaño le daba su fin.

–Levántate, nos vamos ya –se escuchó decir en español a una voz desde el exterior de la celda. Extrañamente, era una voz muy familiar que hacía tiempo no escuchaba.

Inmediatamente, levantó su mirada tratando de entender la situación mientras limpiaba sus lágrimas para aclararse los ojos. ¿Estaba alucinando? ¿Su mente le estaba jugando una broma de mal gusto?

–Párate que nos vamos ahora... rápido –volvió a decir con un tono firme y tajante el visitante.

La reja se abrió y el muchacho se acercó en forma caute-losa, como un animal al ser liberado después de años de encierro. Al llegar frente al individuo, buscó su cara con las manos para comprobar que no se trataba de un espejismo o de un fantasma. No solo era una persona de carne y hueso, sino que era su tío Daniel. Lo abrazó fuertemente y este, con un seco ademán acompañado de un guiño de ojo, le dijo: –Nos esperan en el automóvil. Allí hablaremos.

Luego de completar la documentación administrativa correspondiente, se dirigieron al estacionamiento del lugar, en donde su tío le señaló un vehículo para que subiera. Su cabeza volvió a dudar cuando penetró en él.

–¿Marta? –exclamó extrañado con un rostro de asombro.

–Las viejas somos duras de roer, chico –le respondió la anciana con una gran sonrisa que hacía resplandecer el interior del automóvil mientras este se echaba a andar y se perdía en la ciudad.



FIN

RENOVATIO - La realidad puede cambiarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora