VIII

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En lo profundo de las rocas, el silencio era más abismal que nunca.

Nosotros se encontraba desde hacía largo tiempo inmóvil, pensativo, hasta que una voz lo despabiló.

–Hola, mi nombre es Sebastián –dijo tímidamente y sintiéndose un poco tonto de iniciar una conversación sin compañía.

–Ya los sabemos –le explicaron al unísono los pequeños seres–. Sabemos muchas cosas sobre ti, entre ellas tu nombre. Cuando nos enlazamos accedimos a gran parte de tu historia. Te estábamos esperando, sabíamos que volverías pronto.

–No estaba seguro si todo no había sido un sueño –dijo el muchacho sorprendido de recibir una respuesta– y debo reconocer que me sentí un poco avergonzado y tonto en creer que fue real o... infantil o loco... Ustedes son reales, ¿no?

–Tan reales como tú –le respondieron los cientos de seres subterráneos.

–Si saben cosas sobre mí... ¿Por qué yo no sé nada sobre ustedes?

–Porque tu enlace es débil y no pudo sondearnos –intervino Ella cortésmente–. Quizá, al comenzar a usarlo se hará más potente y con suerte lo usarás a voluntad, como un músculo entrenado; Sin embargo, debes ser muy fuerte para escarbar sin permiso en el interior de algún Otro como lo hicimos nosotros.

En ese instante, Sebastián sintió un torrente de información que inundó su cerebro hasta desbordarlo, dejándolo inconsciente y tirado en la tierra fría y húmeda de la caverna nuevamente.

–¿Qué has hecho Ella? No está preparado para semejante flujo de energía, sobrecargaste por completo su sistema. Colapsó.

–Todos mis Otros resistirían ese flujo. ¿Por qué este no? –dijo desafiante–. Sé que puede, aunque su cerebro se encuentre en gran medida atrofiado por su mal uso.

–Si no resistió, lo perdimos para siempre –objetaron las criaturas subterráneas.

Luego de una espera que no se puede precisar, unos chispazos incipientes comenzaron a movilizar el éter dormido.

–Ya estás volviendo –dijo amablemente Nosotros–. Tómalo con calma... despacio.

De repente, una gran carcajada inundó la pequeña gruta acompañada de un grito exultante –¡A la mierda! ¡Me siento inmortal! –exclamaba eufórico el muchacho.

–Te lo dije –dijo socarronamente Ella, sin dejar de ocultar su orgullo–. Sigue siendo uno de mis hijos, aunque hace tiempo perdieron el interés por mí. Te habrás dado cuenta, que no soy resentida –ironizaba.

Mientras Seb tomaba su cabeza como tratando de contener todo el conocimiento que ahora tenía, preguntó iluminado –¿Así que mi especie y muchas otras de este planeta fuimos creadas por ti?

–Y seres de otros planetas –contestó soberbiamente la madre de casi todo.

–Tú nos creaste a voluntad... entonces... ¿Eres Dios?

–No y tampoco me interesaría serlo. Hasta antes de sondearte, no hubiera sabido de lo que estás hablando en este momento y que significa la palabra Dios. Tus antepasados, los primeros de tu raza, sabían que yo los creé –y luego de dar unas vueltas la idea por su cerebro, agregó–. Quién sabe este anhelo de un ser supremo sea vestigio equivocado de eso.

–¿Y a ti quién te creo? ¿Y a los otros seres que no nacieron de ti?

–No sé. ¿Es importante saberlo? –y en un cambio de voz agregó–. Nosotros, ¿no era que los humanos eran divertidos? ¡Este es más solemne que ustedes! –y se rio a carcajadas.

Mientras Ella seguía tentada de su ocurrencia, los pequeños seres se dirigieron paternalmente al muchacho.

–Estás extenuado Sebastián, ve a descansar y, cuando es-tés recuperado, vuelve. Te estaremos esperando.

–Tienen razón, mi mente da vueltas como si me hubiera bajado de una montaña rusa, mejor dicho, de varias. La siento como un globo a punto de estallar. Volveré mañana sin falta. ¿Están seguros de que los encontraré aquí de nuevo? No quiero perderlos ¿A qué hora estarán? –preguntó el muchacho ansioso.

–Cuando tú vuelvas, estaremos... tranquilo. Tómate el tiempo que necesites, no solo para reponer energía, sino también para meditar sobre lo que ahora sabes –contestaron los pequeños seres.

–Gracias, ya quiero regresar, pero me siento exhausto. Esto, por lejos, es lo mejor que me ha sucedido en mi vida. ¿Quién me creería que estoy hablando con ustedes...? ¿Son reales no? –volvió a preguntar entre dudas.

–No solo reales, también auténticos y únicos, bueno, salvo Nosotros que son un millar de copias idénticas –mientras lo decía, Ella volvió a reír sin freno.

–Nosotros se alegra del cambio de humor de la madre y que seamos parte de ello. –y luego agregó–. Ve a descansar Sebastián, lo necesitas.

El muchacho, luego de despedirse, salió hacia la luz del exterior de la gruta como lo hace un recién nacido del útero de su madre.

RENOVATIO - La realidad puede cambiarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora