LXVII

4 1 0
                                    

Las horas transcurrían para Seb sin prisa en la monotonía de la prisión. Pero esta monotonía no lo abrumaba. Su mente y corazón ahora estaban tranquilos. Satisfechos por haber cumplido la misión en que tanto habían luchado y por encontrar un aliciente a sus penas.

Pero sin notarlo, algo en su interior comenzó a abrirse paso. En un comienzo, lo notó cómo una incomodidad extraña, sin causa. Pero poco a poco fue revelándose. Hasta que inesperadamente, tomó la forma de una duda que penetró como un disparo en su cabeza y allí se instaló inamovible. La bala que ahora se alojaba en su mente llevaba un nombre y se llamaba Oscar.

Sentado en la litera, hacía memoria sobre el encuentro con Aflred Ross. Él le había dicho que era un abogado proporcionado por el estado. Nunca nombró a Oscar, ni insinuó nada al respecto.

¿Para qué le mentiría Alfred Ross si había sido enviado por su maestro? Entendía que el chamán no se presentará en forma personal, sabiendo los riesgos que esto podría acarrear, pero sí a través de sus abogados o de algún directivo importante del gobierno. Marta le había comentado varias veces, y hasta el mismo Oscar, que tenía muchas influencias, dinero y poder para hacer casi cualquier cosa. Ya lo había demostrado resolviendo el asesinato de Víctor.

Sin nada más que hacer, las horas pasaban junto a un devenir de este raciocinio que no dejaba de perturbarlo. Sin embargo, una parte de su alma seguía buscando excusas para exonerar la ausencia de su maestro. Pero, mientras el tiempo transcurría en la solitaria celda, la desconfianza se acrecentaba.

¿Oscar lo había sacrificado como un simple peón en una partida de ajedrez o simplemente era su mente que divagaba? –pensaba el muchacho afligido.

Rendido por no encontrar la respuesta, acomodó la escasa ropa de cama y optó por dormir un rato, pero en el momento en que se mezclaban los sueños con la realidad, otro pensamiento irrumpió acompañado de una oleada de satisfacción.

–¿Realmente importa si Oscar me engañó? –se dijo convencido irguiéndose de un salto del catre–. ¡Hemos logrado algo maravilloso! ¡Cambiaremos el mundo! ¡Será un hermoso nuevo mundo! ¡Seremos felices! ¡Todos seremos felices! –y dejándose caer nuevamente en la cama agregó satisfecho–. Todo sufrimiento habrá valido la pena... hasta mi propio sacrificio.

RENOVATIO - La realidad puede cambiarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora