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Después de caminar un buen rato, volvieron a la mansión en donde Oscar le presentó al muchacho a Marta, su ama de llaves, quien realizaba todas las actividades hogareñas.

–Desde tu llegada a la casa, le di órdenes a Marta de permanecer en su residencia y realizar sus labores desde allí, para no producir interrupción alguna. Todos los platos de comida exquisita que has probado y el mantenimiento ab-soluto de este lugar lo hace ella. Sabe absolutamente todo lo que hacemos, quizá más. Con ella no hay secretos.

Mientras Oscar decía estas palabras, la señora esbozaba de compromiso una dura sonrisa.

–Un placer conocerla Marta, mi nombre es Sebastián, gracias por cuidarme –expresó el muchacho jovialmente.

–Sé quién eres... Estoy a su servicio –y luego agregó–. Permiso, debo retirarme.

Dicho esto, y con una reverencia, dio media vuelta y se marchó.

Marta era una mujer mayor, bastante mayor. Había sido niñera e institutriz de Oscar desde su nacimiento. Comenzó trabajando para su padre, siendo muy joven y luego siguió junto a su familia. Vivía en la mansión, pero en un pequeño departamento independiente al que se podía acceder desde la casa principal o por el exterior. Parecía un fantasma, no se escuchaba o veía cuando entraba o cuando se retiraba.

Como cocinera, era excelente, pero como conversadora no mucho.

RENOVATIO - La realidad puede cambiarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora