LIV

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En la noche, todo se hace más complicado en una mente alborotada y Sebastián, no era la excepción, a pesar de sus nuevas habilidades psíquicas. En el fondo, sólo era un ser humano como cualquier otro que camina sobre esta tierra. Por eso, esa noche, mientras trataba de conciliar el sueño, no cesaban de aparecer incertidumbres y ansiedades que su inconsciente dejaba escapar imposibilitando el preciado descanso

Finalmente, y luego de probar infinidad de posiciones en la cama, optó por levantarse y tomar un vaso de agua bien helada. A los tumbos, en la oscuridad de la noche, se dirigió a la cocina.

–Ah, es usted –oyó que una voz le decía–. Me sorprendió la luz encendida a estas horas de la noche y me levanté a ver qué sucedía. Disculpe mi intromisión señor Sebastián. Vuelvo a mi habitación.

Dicho esto, y como si fuera un autómata programado, Marta se dio media vuelta para retirarse.

–Disculpe Marta, sé que es tarde, pero no querría meter mano en su cocina sabiendo lo buena que es usted en eso. ¿Le podría pedir un gran favor? –y con la mejor cara de niño inocente agregó–. ¿No me podría preparar ese sándwich de leberwurst con pepinillos que me preparó el otro día? No pude comer mucho en la cena, tenía el estómago un poco cerrado –agregó mientras sonreía y se acariciaba su panza.

Esforzándose para ocultar una sonrisa y con un ademán afirmativo, la mujer puso manos a la obra como una abuela amorosa consintiendo a su querido nieto.

Después de unos segundos de silencio mientras cortaba rebanadas de pan y vegetales, habló como nunca antes lo había hecho.

–¿Sabe usted que me recuerda a mi nieto? Siempre muy educado y respetuoso, pero sin perder la picardía y la gracia.

–No sabía que tenía un nieto. ¿Cuál es su nombre? ¿Tiene mi edad?

Mientras untaba el pan con un aderezo y armaba el sándwich como si se tratara de una neurocirugía, Marta continuó hablando como si no hubiera escuchado la pregunta del muchacho.

–Sé cómo solucionar el dilema que no lo deja dormir –dijo tranquilamente sin sacar la vista del cuchillo que atravesaba el pan y el relleno de un corte firme y preciso.

–Disculpe, ¿qué dijo?

–El padre de Oscar intentó hacerlo, pero no resistió la prueba y murió. Había investigado por muchos años y casi lo logra. Luego de esta tragedia, su esposa destruyó toda la investigación para que su hijo no lo siguiera y se convirtió en un tema prohibido. Como madre, la entiendo. Yo hubiera hecho lo mismo. Para ella era solo un capricho... algo inservible. Por ello, no valía la pena el riesgo. En esa época, yo era su ayudante personal. Por ese motivo sé cómo hacerlo. Y creo que usted puede lograrlo.

Sebastián no sabía si reír, no creerle o abrazarla y besarla. Lo único que su rostro pudo expresar fue una mirada congelada hacia ella.

Cuando la anciana terminó de colocar el sándwich prolijamente en un plato inmaculado, como si el mundo dependiera de eso, clavó un escarbadientes en el centro de cada mitad triangular y se lo alcanzó suavemente con una sonrisa.

–¿Por qué no nos avisó antes que usted sabía cómo hacerlo? –preguntó Seb mientras tomaba el magnífico sándwich entre sus manos sin poder probarlo.

–Hice una promesa de no entrometerme de ninguna forma en los asuntos de la familia.

–¿Y ahora qué la hizo cambiar de opinión?

–Me di cuenta de que usted no me contrató, no es parte de la familia y me cae muy bien. Y quizá, porque ya estoy vieja, no me importa tanto romper las reglas –al decir esto, una carcajada escondida por años hizo tronar las alacenas de la cocina.

No solo Sebastián se comió el delicioso sándwich después de esas palabras, sino que también un desayuno completo que preparó Marta para ambos mientras contaba los detalles de lo que debía hacer. La infinidad de cosas que debe saber esta anciana –pensaba el muchacho mientras escuchaba atentamente–. Tantos años compartiendo el día a día con esta familia poco ortodoxa Siempre a un lado escuchando y viendo todo.

Cuando terminó de explicar hasta el último detalle, llevó al joven hasta una biblioteca de la casa.

–Busca aquí y encontrarás, así no tendremos que mentirle a Oscar y no tendré que traicionar mi viejo juramento.

Al decir esto, se retiró con una sonrisa cómplice y satisfecha. Inmediatamente, el muchacho se puso a la búsqueda. Al cabo de unos minutos y luego de haber removido los adornos, cuadros y casi todos los libros, encontró una vieja libreta negra. En ella estaban descriptos en una hermosa caligrafía en lápiz negro los pasos explicados por la anciana, pero en forma detallada. Con ella en manos, se dirigió a la habitación nuevamente. Luego de leerla y con el estómago lleno, pudo dormir plácidamente.

RENOVATIO - La realidad puede cambiarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora