LIX

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El recorrido de vuelta hacia la casa transcurrió sin ningún contratiempo, allí tenían preparada y ambientada la cochera imitando la habitación donde hacían las entradas al otro plano. El brebaje también se encontraba listo en un termo, junto a comida y bebidas especialmente elaboradas para la vuelta de un Sebastián muy debilitado y extenuado. Si es que sobrevivía.

Marta había dispuesto un colchón con sábanas y colchas para que el muchacho se repusiera allí mismo y no tuviera que caminar por las escaleras hasta la planta superior donde se encontraban las habitaciones. Seb amaba a esa mujer que siempre velaba por su bienestar, no solo en momentos extremos como este, sino en la convivencia del día a día.

Al llegar a la cochera de la residencia, Sebastián estaba exhausto. Su cara pálida y las ojeras oscuras lo revelaban. Al bajar al director del automóvil para sentarlo nuevamente en la silla de ruedas, casi tropieza torpemente por la falta de fuerza en sus piernas.

–¿Te encuentras bien chico? –preguntó Marta sin ocultar su preocupación–. No tienes muy buen aspecto.

–En este momento, es el mejor halago que podría recibir –contestó haciendo una pausa para recobrar el aliento mientras se sostenía de una viga de la pared–. Espero que los torturadores me encuentren muy atractivo y apetitoso –decía mientras su risa forzada hacía que se le notara todavía más el cansancio.

A los pocos segundos de llegar, ya se encontraba todo listo para comenzar. El primer paso fue colocar a Maurer con la silla de ruedas en la ubicación prevista. Luego, Marta se sentó en el lugar que Oscar acostumbraba usar frente al joven aprendiz y todo comenzó nuevamente. Cumpliendo la función de su maestro, la anciana le entregó el recipiente con el brebaje alucinógeno, Seb tomó unos sorbos, se lo entregó nuevamente y esperó.

Esta vez, no lo recibieron un arcoíris de colores y seres amables que lo saludaban. Todo se encontraba negro y en un silencio absoluto. Hasta el simple roce del cuerpo con el sucio piso era inaudible. Le hizo recordar a la sensación de vacío que se siente después de una gran nevada, cuando el sonido no vuelve y el eco no se percibe.

Sintió dolor y miedo como nunca antes había sentido. El agotamiento físico y mental estaban haciendo el efecto esperado.

Mientras el pánico crecía descontroladamente, comenzó a percibir en su interior que algo se encontraba allí. Eran como gusanos royendo sus entrañas lentamente.

Gritaba y lloraba desconsoladamente. El dolor era insufrible. Era un festín en donde él era el plato principal y estaban todos invitados.

Seb sintió que el tiempo se había congelado, una eternidad en donde pasaría el resto de su existencia. Pero, de pronto y quizá ocasionado por su última pizca de energía, una chispa de claridad iluminó por unos segundos su mente. Entre nieblas recordó el plan que habían trazado y que Marta lo estaba aguardando del otro lado. Al recordar a la anciana, una inyección de fuerza y esperanza se abrió paso en el cuerpo desahuciado del muchacho. El dolor y el agotamiento seguían, pero el miedo y la desesperación habían bajado la guardia. Por un instante, supo que la eternidad podía tener un final.

Con su último aliento, apresó al espectro dentro suyo y aguantó. Aguanto... hasta perder la conciencia.

RENOVATIO - La realidad puede cambiarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora