XXII

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Temprano en la mañana se pusieron a trabajar en la falsificación del documento que los habilitaría a revisar los archivos olvidados del museo.

Mientras buscaban la manera de hacerlo, el profesor recordó que hacía un tiempo, había solicitado a la universidad una autorización para inspeccionar el monasterio de Heiligenkreuz, a unos pocos kilómetros de Viena. Buscó el documento entre los papeles de su estudio arrumbados durante años y, al cabo de un buen rato, halló lo que buscaba.

No era un documento difícil de imitar. Salvo un membrete con un logo de la universidad y una firma, el resto era contenido escrito justificando el pedido.

A continuación, Seb obtuvo con facilidad un logo similar que copió de la página web de la institución educativa y conformó el documento.

–Espera... pensándolo bien, –dijo Víctor en tono malicioso– no es necesario que pongas mi nombre real. Hagámoslo un poco divertido, me gustan las bromas.

Y después de pensar unos segundos entrecerrando sus ojos junto a un rostro pícaro, gritó alzando los brazos: –Percy Fawcett ¡Si señor!

El joven aventurero había vuelto.

Finalmente, la solicitud estaba lista. Ahora, solo faltaba un garabato imitando la firma, que el profesor realizó con gran habilidad.

–El profesor Percy Fawcett visitará el museo, junto a un estudiante extranjero de intercambio que está realizando su tesis final de estudio –dijo satisfecho observando con orgullo el documento falso.

Para no levantar sospechas, decidieron dejar pasar unos días antes de presentar el documento para disimular el tiempo necesario de espera para una solicitud de este tipo.

En esos días de espera, aprovecharon el tiempo para buscar más información sobre el Wolfegg en libros y revistas afines. Revisaron infinidad de publicaciones de todas las épocas que el profesor guardaba en cajas de cartón en el altillo de su residencia.

Dentro de las cajas polvorientas, no hallaron ninguna referencia al Wolfegg, pero sí algunas reliquias de incalculable valor. Entremezcladas entre objetos y cosas de tiempos olvidados, encontraron infinidad de fotografías que tenían como protagonista a unos jóvenes exploradores. Estos aventureros, no eran otros más que un Víctor y un Daniel de "tiempos arcanos", como el propio profesor se refería a esas épocas de aventuras por el mundo.

–Mi vieja Leica, que hermosas fotos que tomaba –decía un nostálgico profesor mientras admiraba un retrato en blanco y negro de una anciana inuit–. Es fabulosa la era digital, pero creo que en lo que respecta a la fotografía, le hizo perder su magia.

Aunque la pesquisa fue en vano, ver a Víctor con bigotes y un aro en su oreja, y al tío de Seb con cabello muy largo hizo que todo valiera la pena. Sin embargo, el misterio del huevo seguía y todo indicaba que, como habían pensado, deberían comenzar por el museo. Por el momento, no había otra opción.

Al cabo de dos días, Fawcett y su tutorando se presenta-ron en el museo para iniciar su investigación. La supuesta autorización fue aceptada sin ningún tipo de problemas; seguramente quedaría archivada en algún cajón por años hasta ser descartada como un documento sin valor.

El curador del museo, con su parsimonia habitual, los acompañó hasta una habitación repleta de ficheros metálicos que estaban depositados allí desde la construcción del museo. Ocupaban cada centímetro del lugar, dejando poco espacio para moverse entre ellos. Literalmente, era un laberinto de muebles que, con el polvo acumulado a lo largo de los años, tenía el aspecto de una tumba egipcia antes de ser descubierta.

El director les explicó que, gracias a un gran esfuerzo del museo con la biblioteca local, las fichas de los artículos de los últimos veinticinco años se encontraban digitalizadas, por lo que su identificación era casi instantánea. En cambio, para encontrar los artículos más antiguos, había que utilizar el viejo hábito de la paciencia y los dedos hábiles para buscar entre cientos de pequeñas fichas de papel amarillentas.

RENOVATIO - La realidad puede cambiarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora