XVI

7 0 0
                                    

El viaje fue largo, pero como todo viaje, tiene un final.

Después de varias conexiones en diferentes aeropuertos y cambiar de vuelos otras tantas, escuchó al fin: –Bienvenidos al Aeropuerto de Salzburgo, Wolfgang Amadeus Mozart. El clima es de... –anunciaba por los parlantes del avión la azafata mientras Sebastián recogía sus pertenencias y relajaba sus piernas entumecidas después de largas horas sentado sin poder moverse demasiado.

El aroma que tenían los aeropuertos le agradaba. Una mezcla de culturas, perfumes y preludio de vacaciones. Pero esta visita era diferente a las de otras oportunidades. En esta ocasión, dejaba de ser un turista para transformarse en un personaje digno de alguna historia mitológica griega. Abstraído en estos pensamientos, se dirigió en busca de su equipaje para luego telefonear a Víctor Krieguer, el amigo de su tío y quien lo hospedaría en la ciudad. Concluida la charla, se encaminó sin prisa a la salida del aeropuerto para buscar un taxi y así dirigirse a la dirección acordada.

Salzburgo lo recibía con una mañana fría pero hermosa, radiante. La primera característica que le sorprendió de Austria fueron su pulcritud y orden, impecable por donde se mire. Seb solo había viajado a otros países de Latinoamérica, en donde la organización y limpieza, como en su país, no eran de las características principales.

Lo segundo que le causó admiración, fue la mixtura perfecta entre lo moderno y lo antiguo. Siglos de historia eran visibles en sus construcciones entremezcladas con los adelantos tecnológicos y culturales actuales. Seguramente, su anfitrión que era profesor de historia, le contaría más acerca de esta increíble ciudad.

Víctor era hijo de alemanes que habían emigrado a Argentina luego de la Segunda Guerra Mundial. Al terminar de estudiar la Licenciatura de Historia en Buenos Aires, viajó a Alemania con una beca de estudio y, concluida ésta, decidió instalarse en Salzburgo en donde comenzó a enseñar en la Universidad. A pesar de la distancia y en una época en donde la comunicación no era tan sencilla entre continentes, nunca perdió el contacto con Daniel, su amigo desde niño y fiel compañero en viajes y aventuras por el mundo.

Cuando el taxi se acercaba a la dirección establecida, divisó a un hombre barbudo parado en el pórtico de una casa que, al observar bajar al muchacho del auto, exclamó:

–¡Seb! –y se acercó para propinarle un fuerte abrazo como un oso–. La última vez que te vi fue hace más de diez años, eras un chiquillo –le dijo tomándolo de los hombros mientras lo miraba fijamente–. Parece que sucedió en otra vida.

–Si, lo recuerdo. Me gustaba un pin de los Pirineos que tenías enganchado en tu mochila y me lo regalaste –inmediatamente, levantó su mochila que estaba sobre el piso y le mostró el prendedor sobre la tela y agregó sonriendo–. Todavía lo tengo.

–¡No me hagas llorar por favor! –decía mientras tocaba la pequeña joya–. Fue de paso por Buenos Aires, antes de salir a recorrer Latinoamérica con tu tío... un viaje de tres meses. ¡Inolvidable!

–Ese y otros de sus viajes los he vivido como propios después de ver tantos álbumes de fotos y escuchar cien veces las mismas anécdotas, y más aún cuando Daniel se tomaba algunas copas –reía Sebastián.

–Ya habrá tiempo para ponernos nostálgicos. Pasa y ponte cómodo que aquí afuera hace frío. Estás en tu casa.

Dicho esto, Víctor lo condujo hasta el interior de la residencia.

–El equipaje déjalo en esta habitación que la he acondicionado para ti –decía señalando una puerta de madera pulida que estaba abierta– y si no estás cansado, te invito a tomar un buen desayuno en un bar muy lindo cerca de aquí. Quiero que me cuentes detalles de este viaje repentino que me anticipó Daniel, no aguanto la intriga.

–Con gusto acepto la invitación del desayuno, la comida de los aviones no es un manjar, como seguramente lo sabes, y por supuesto te daré todos los detalles de la causa de este viaje inesperado.

Treinta minutos después y luego de caminar entre las calles bávaras admirando la arquitectura de las edificaciones, Víctor y Seb se encontraban disfrutando de un frühstück tradicional que haría tambalear a cualquier vegano dubitativo.

Entre panecillos y embutidos, Sebastián prefirió sustituir el motivo del viaje a Europa por el que lo había llevado a la Patagonia, una ruptura amorosa con su novia. Se sentía culpable de mentirle, pero prefirió no contar la verdad por el momento.

–No hay ningún misterio entonces. Tu tío me hizo generar expectativas, qué malvado. ¡Siempre con sus bromas! –reía el profesor mientras apuraba un pedazo de salchicha dentro de su boca.

–En verdad, no tiene la culpa. Yo no le conté que mi relación había terminado con ella. No quería preocuparlo y no le expliqué el motivo de este viaje apresurado.

–Entiendo de lo que hablas... A veces, a uno le dan ganas de escapar, solamente irse. La mente no da para otra cosa. Me alegro que hayas venido, seguramente estarás a gusto aquí y, aunque no sé si encontrarás lo que has venido a buscar, seguro la pasarás de maravillas.

–Por ahora comenzaré la recuperación engordando con tantos manjares –exclamaba Seb admirando el abundante y sabroso desayuno.

Una vez terminado, Víctor pagó la cuenta y recorrieron la ciudad durante un par de horas aprovechando el tibio sol invernal. A modo de guía turístico y aprovechando sus conocimientos sobre historia, le explicaba a Seb la evolución de ese territorio, desde la prehistoria hasta la época actual. Las horas pasaron entre visitas a lugares históricos y comidas callejeras y cuando comenzó a avanzar el frío al caer la noche, volvieron a la casa buscando un lugar cálido para resguardarse.

Una vez en su habitación y recostado sobre la cama, Seb se sintió bien por no haberle contado la verdad a su anfitrión sobre el objetivo del viaje en el café esa mañana. Sabía que posiblemente realizaría actos ilegales y peligrosos y, debido al apremio y entusiasmo del viaje, no había pensado de antemano las consecuencias que habría tenido contarle todo al profesor.

–¡Maldición! –se dijo entre dientes mientras tiraba su cabello hacia atrás con ambas manos–. Me he equivocado groseramente, ¡Piensa Sebastián! Cómo pude haber dado la dirección de la casa de Víctor en migraciones. Tendría que haberme hospedado en un hotel por lo menos uno o dos días previamente.

En ese momento, se dio cuenta de que este viaje podría traerle consecuencias indeseables a otra gente y, entre ella, a sus seres queridos. Por primera vez, dudó.

–Lo hecho, hecho está –se dijo para dar por acabado el asunto–. De ahora en más debo tener mucho cuidado en mis acciones –reflexionaba.

Luego de la cena y poniendo como excusa el cansancio, volvió a su habitación para trazar un plan. Conectó su laptop y pidió la contraseña de la señal de internet a Víctor.

–¡Locoporlaaventura, todo junto! –gritó el profesor desde la cocina en el piso inferior, riéndose–. ¡Con la primera L en mayúscula!

Con una sonrisa cómplice, Seb introdujo la clave y, en el momento de pulsar la tecla "intro", frenó.

–¡Casi cometo otro error! Si busco información con esta red, involucraré más a Víctor. Mañana iré a un bar para poder conectarme.

Sin nada más que hacer y ansioso por recibir al nuevo día, se dejó vencer por el cansancio acumulado hasta caer dormido. A pesar de la fatiga del largo vuelo, la noche no pasó tan rápidamente como él hubiera querido. Sueños revoltosos con imágenes no muy felices de sus familiares tras las rejas, lo mortificaron durante todo el descanso.

En verdad, más que descanso, fue una pesadilla.

A la mañana siguiente, se dio un buen baño para erradicar las angustias nocturnas y al ver que el profesor no se encontraba levantado, le dejó una nota escrita en la cocina indicando que saldría a dar un paseo. Luego, sin prisa y aprovechando la hermosa ciudad, camino buscando un bar tranquilo con conexión a internet. Allí pidió un desayuno completo, del que ya era adicto, y comenzó su búsqueda por la red.

RENOVATIO - La realidad puede cambiarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora