LXV

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policía le hablaba secamente mientras lo conducía a una celda en la comisaría. Seguramente le estaría explicando los reglamentos del lugar, pero el muchacho entendía poco y nada y tampoco le importaba mucho.

Una vez dentro del calabozo y sin las esposas en sus muñecas, intentó preguntarle al guardia dónde se encontraba Marta.

El policía, con ademanes de no entenderle mucho, le dijo unas palabras en las que Seb creyó entender que no había ninguna Marta.

Extrañado por la respuesta, pensaba en dónde podría encontrarse la anciana.

–Es una comisaría de gran tamaño, debe encontrarse en algún lugar de este edificio. Si me trajeron aquí, me imagino que con ella procederían de la misma forma. Cómo me gustaría poder hablarle y saber cómo se encuentra –se lamentaba mientras se acomodaba en el duro catre.

Recostado en la soledad de la celda, el muchacho se encontraba abatido. Los últimos días de tensión y desgaste habían erosionado su cuerpo. Sin darse cuenta, cayó dormido, hasta que unas palabras en alemán lo despabilaron. Desorientado y dolorido, trató de incorporarse mientras aclaraba sus ojos con las manos para ver con mayor nitidez. Al hacerlo, vio al guardia introducir por una ranura una bandeja con comida y retirarse.

Sin saber con exactitud la hora, se acercó lentamente con su cuerpo entumecido para tomar la bandeja y comerla sobre su cama.

Realmente el desayuno era bueno o, quién sabe, el hambre era enorme. Cuando hubo terminada la comida, otro hombre se acercó hasta las rejas, pero esta vez vestía un traje elegante.

–Buenos días, mi nombre es Alfred Ross, abogado. El estado me ha nombrado tu defensor –dijo en perfecto español mientras le alcanzaba una tarjeta personal con sus datos al muchacho a través de los barrotes.

–Hola, un gusto poder hablar con alguien. Mi nombre es Sebastián...

–Sé quién eres –interrumpió cortante el abogado–. ¿Sabes por qué estás aquí?

El muchacho tardó en dar una respuesta. Nunca había mentido en su vida en situaciones importantes, pero estaría dispuesto a hacerlo para salvar a la anciana. Afrontaría las consecuencias.

–¿Es por Maurer no?

–Efectivamente –asintió indiferente mientras revisaba unos papeles.

–Si me permite... quiero hacerle una sola pregunta antes de responder a todo lo que usted quiera. ¿Dónde está Marta? ¿Está aquí detenida?

–¿Marta? ¿Quién es?

–No sé su apellido. Con ella nos llevamos a Maurer del hospital, fue mi compañera. Pero yo fui el total responsable del acto, la obligué. La amenace de muerte para que lo hiciera.

–Ah... la anciana –dijo con una expresión seria en su cara–. Cuando la detuvieron no emitió una sola palabra. Nunca dijo su nombre. Solamente contamos con un documento de identidad falso, que la identificaba como Rebeca. Sus huellas dactilares tampoco arrojaron ningún resultado, ni aquí en Austria, ni en ningún otro lugar. Se encontraba en un estado de ilegalidad total.

–¿Por qué habla en pasado cuando se refiere a ella?

–Falleció –contestó sin darle mucha importancia a la respuesta–. Posiblemente asesinada y por el momento, tú eres el principal y único sospechoso de este acto. Hay indicios que así lo afirman.

El rostro de Seb perdió toda vida y su cuerpo sólo atinó a sentarse en el piso.

–¿Muerta? Pero si se la llevaron detenida con vida. Ustedes... ustedes la mataron ¡Quieren lavarse las manos! –gritó desencajado levantándose e increpando al abogado–. ¡Era una señora mayor! ¡Seguramente la torturaron para interrogarla y terminaron matándola!

–Tranquilo, soy tu abogado. Recuerda, no soy la policía o el fiscal –explicó el hombre con voz conciliadora y mostrando las palmas de sus manos–. Lo que te cuento es lo que figura en el legajo del caso, no sé nada más. Eres la primera persona con quien hablo al respecto.

Abatido y sin palabras, Seb trató de contenerse y se dio cuenta que enojarse no llevaría a nada bueno. Entonces, con las manos en su rostro trató de aislarse de la situación con la intención de calmarse.

–¿Cómo hago para salir de aquí lo antes posible? –preguntó masajeando su cara para despertarla.

–No es tan sencillo. Se te acusa de delitos muy graves. Secuestro y asesinato. Tendría que buscar una forma de que nos otorguen una fianza para liberarte antes del juicio. Estudiaré el caso y haré el pedido lo antes posible. En dos días tendrás novedades, no antes.

–Gracias y le pido disculpas por gritarle. No esperaba esa noticia.

–Acepto las disculpas –dijo el abogado y, con un gesto de su cabeza, dio por terminada la conversación, retirándose.

Cuando el hombre salió, el muchacho se quedó deambulando en la celda como un animal enjaulado, pensando una y otra vez en Marta y su destino. Finalmente, al cabo de unos minutos, entendió que seguir culpándose por el dramático final no solucionaba nada y comenzó a tratar de relajarse. De a poco, fue encontrando su centro nuevamente, hasta que la claridad mental volvió a tomar el control perdido.

Luego de la calma, vino la aceptación y con ella la responsabilidad absoluta en sus actos. Todas las acciones que él y sus compañeros realizaron, fueron libres de elección.

Vinieron a su mente las palabras que le había dicho Oscar, "todos somos libres de elegir nuestro camino y ella eligió este". Seguramente aceptó su muerte como la guerrera que era y bajo su ley, no como una anciana ama de llaves. Este pensamiento le dio alegría por ella y hasta vio una sonrisa dibujada en su arrugada cara, como dándole a entender que fue así.

Más calmado, volvió a pensar en su condición y cómo salir de ella.

–Oscar seguramente estaría haciendo lo imposible por liberarlo –pensaba positivamente–. Sus contactos estarían haciendo algunos movimientos clave para lograrlo. Pero su acusación no era poca cosa; secuestro y asesinato. No sería fácil liberarlo.

RENOVATIO - La realidad puede cambiarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora