17- Segundo día: Emboscada.

758 89 11
                                    

Esa noche desperté tras haber soñando un recuerdo. En vez de volver a dormir y sabiendo que no era capaz de escapar de mis memorias, rememoré todas las tonterías que hice siendo Melissa Crane por un idiota que no valía la pena. Pero, también era necesario puntualizar, que no siempre había sido ese idiota.

—Hola, Melissa. —Me saludó con un beso en la mejilla al igual que todos los días.

—Hola, Evan. —Sonreí con incomodidad, tenía que terminar mi tesis y tenerlo aquí era una pequeña molestia para mí.

—¿Viste la serie que dieron anoche a las siete? —preguntó tomando asiento a mi lado.

—No pude, tenía deberes de la universidad. —Como ahora, por ejemplo.

—Eres tan responsable. —Se ruborizó.

(…)

—Es obvio que le gustas.

—Se nota que está loquito por ti.

—¿Por qué no le das una oportunidad?

—¡Seguro y salen juntos! Ya verás, serás feliz.

—Es un sentimiento agradable y parece un hombre capaz.

—¡Al fin encontraste a tu amor verdadero!

Mis amigas estaban seguras de que yo le gustaba a Evan, y eso de alguna forma me agradó. No negaré que saber que ese chico tan alegre y lindo sentía cosas por mí me emocionaba. Cuando me pidió ser su novia estaba inusualmente feliz. Ese fue mi primer novio. Siempre había tenido en claro lo que quería: tener una buena carrera y ser la mejor en mis estudios era para mí lo primordial, por lo que el romance pasó a segundo plano.

Evan fue mi primer beso, mi primer amor, mi primera vez.

En nuestras citas, en las noches que pasamos juntos y en cada cena que tuvimos, evidenció lo mucho que le importaba mi opinión y todo lo que me quería.

Nunca llegué a sospechar de su traición.

Trabajábamos en el mismo hospital, yo en cirugía, él en oftalmología. Nos veíamos a menudo, nos ayudábamos entre nosotros y siempre hacíamos bien nuestro trabajo. La jefa nos citaba a su oficina para alabarnos varias veces por nuestros logros.

Aunque tal vez a él lo haya citado para algo más.

Aquel día quise llegar más temprano, estaba ansiosa por contarle sobre Eli, una paciente de Rebecca, mi amiga y psicóloga de nuestro hospital. Eli sufre de fobia social y en el experimento, la chica tenía que hablarle a uno de los doctores; me sentí tan feliz cuando se acercó y me comentó sobre el libro que me vio leyendo la semana pasada. Rebecca me dijo que, gracias a mí, notó a Eli más animada.

Abrí la puerta de la casa y me quité los incómodos tacones. Mi rutina al llegar a casa es simple: tomarme una cerveza fría.

Cuando doblé para ir a la cocina mi pie resbaló con una tela. Bajé la mirada para toparme con un sujetador, uno que, no era mío.

Mis pies se dirigieron a la habitación y mis neuronas empezaron a analizar la situación, buscando ingenuamente formas de justificar lo que acababa de ver y el presentimiento que tenía. Cuando oí los jadeos y las respiraciones entrecortadas, quise pensar en mí y no abrir la puerta. Pero sabía que, si no veía la verdad con mis propios ojos, jamás sería capaz de superarla.

Pero no supe cómo podría superar ver a mi jefa y novio juntos en la cama.

Quise llorar.

La Villana Merece un Final Feliz.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora