19- Dama salvaje y rey de mierda.

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Ares Reinhard:




Terminé mi desayuno, limpié mi boca tarareando una canción. Los sirvientes trataron de ignorar mi estado de ánimo, pero mi buen humor era contagioso, pillé a algunos cantando la canción que yo tarareaba.

—Señor, el portal hacia el reino de la lluvia se abrirá esta tarde —informó mi mayordomo.

—Me parece bien. Oye —señalé su corbata—, me gusta tu corbata, debería ser la nueva moda, ¿sabes?

Eso lo desconcertó. Yo le sonreí y pasé por su lado para subir a mi alcoba.

—Ay Melissa, Melissa —me reí al recordarla ayer, tan nerviosa por mi presencia, pero al mismo tiempo, deseosa tanto como yo de que la besara.

Me recosté en la cama. Anoche llegué tan tarde a la residencia, después de haberla llevado a ella a la Mansión Hayden, que caí dormido rápidamente. Ahora que se me quitó el sueño, soy capaz de rememorarla a ella, mirándome con esos significativos ojos grises, estremeciéndose cada vez que oía mi voz, o suspirando en el momento en que la acariciaba.

Exhalé.

Ayer, la oscuridad de la noche me impidió percatarme de su rostro, pero mientras la abrazaba, podía sentir cómo su cuerpo reaccionaba a mi toque, ansiosa por mí. La suavidad de sus labios, la humedad de su lengua, la constitución de sus dedos, e incluso su sensual figura, todo parecía hecho para mí.

—Oh, mierda.

Parece que incluso me pegó el lenguaje malhablado.

En fin, tenía que resolver el asuntillo en mis pantalones antes de ir a visitarla.

(…)

El carruaje se detuvo en la residencia de los Hayden. El mayordomo, que no era el mismo de antes, mandó a llamar a Melissa. Mientras esperaba me quedé mirando por la ventana mi reflejo, peiné mi rebelde cabello dorado hacia atrás, esperando no parecer un espantapájaros frente a ella.

—¿Qué haces vestido así? —el sonido de su voz fue suficiente para hacerme perder el juicio—. Creí haberte dicho que cumpliríamos tus sueños, como, por ejemplo, ir a un festival de plebeyos.

Ella usaba un vestido sencillo y recogió su indomable cabellera en una coleta.

—¿Crees que tengo ropa de plebeyos? Siento informarte que no —me acerqué a ella con una sonrisa—. A menos que hayas querido que desvistiera a mi mayordomo.

Se comenzó a reír.

—Por suerte, conseguí ropa para ti. Debemos apresurarnos, fue todo un lio pedirle a Killian que nos dejara ir con él al pueblo —se dio la vuelta.

—Melissa —la llamé.

La pelinegra giró solo su cabeza.

—¿No se te olvida algo? —señalé mis labios.

Ella sonrió con picardía.

—No.

Y se marchó dejándome con las ganas.

(…)

La Villana Merece un Final Feliz.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora