26- El vizconde.

396 57 7
                                    

Desperté entre los fuertes brazos del rey Ares. Aprecié su delicado rostro dormido. Su respiración se mantenía pausada y tranquila. Desde esa distancia noté una cicatriz cerca de su ceja izquierda. Suspiré por esa vista tan perfecta que me estaba dando.

—Te quiero, Majestad —murmuré—. No lo olvides…

Me alejé de sus brazos y me levanté. Ares seguía profundamente dormido, debía estar exhausto de todos los problemas que tenía, tanto que bajó la guardia; o puede que lo haya hecho porque estaba conmigo. El punto es que el rey no se dio cuenta cuando salí de su habitación y fui a la sala de objetos mágicos.

La habitación contenía estanterías llenas de artilugios de magia; ya sean flechas, varitas, piedras, y lo que yo estaba buscando… gemas para un portal.

No era difícil averiguar cuáles eran las gemas que podían llevarme al reino de las nubes; era lógico que las tendrían a la mano. Una vidriera llena de zafiros se hallaba cerca de la entrada. Agarré uno y la visión de una aldea al este del reino nuboso llegó a mi cabeza.

No era esa.

Tomé otro, uno más grande. La imagen de un ducado ubicado cerca de la capital apareció ante mis ojos.

Tampoco es esa.

Estuve así varios minutos, tomando gema por gema, esperando encontrar una que llevara directo al castillo de Jennox, pero no había ninguna. Supongo que era mucho desear, además, si pudieran llegar al castillo tan fácilmente, ya Jennox no supondría una amenaza.

Seleccioné, entre todas, una que me llevaría a la habitación de una casa cerca del palacio. ¿El problema? Parece ser el lugar de un estúpido noble borracho. Pero no tengo mucha opción, ¿o sí?

Susurré el conjuro y el portal se abrió delante de mí. Tomé una bocanada de aire, lista para saltar. Una vez empiece no hay vuelta atrás. Tengo que lograr entrar en la servidumbre de Jennox para descubrir sus puntos débiles. 

—¡Melissa!

Oh no.

Ares estaba en la entrada, con el cabello hecho un desastre y la camisa aún desabotonada, ni siquiera traía zapatos puestos. Me miraba entre sorprendido y asustado.

—¿¡Qué estás haciendo!? ¡Ven aquí!

Ignoré sus constantes llamados y entré al portal.

En cuestión de segundos aparecí en un cuarto que una vez fue elegante, ahora solo apestaba a alcohol. Había un hombre tirado en el suelo, lleno de botellas vacías a su alrededor. Rodé los ojos con fastidio. Me acerqué con cuidado a la ventana y aparté las cortinas. Pude apreciar una calle de piedra, sin duda estábamos en la zona de la nobleza, la más cercana al castillo, pero…

Reparé en el hombre inconsciente en el suelo.

¿Eso es en serio una persona de la nobleza con buenos recursos económicos?

Di un respingo cuando un portal se abrió en frente de mí y la figura furiosa de Ares salió de él.

Recorrió la habitación con fiereza hasta que me encontró, mirándolo con estupefacción.

—¿Q-Qué…? —iba a reclamarle, pero dio zancadas hasta parase frente a mí.

Reconozco que, mirándome así, sí me creo las historias que cuentan acerca de su crueldad y sanguinaria forma de ser. En su mirada no queda rastro del tierno rey con el que dormí anoche, sino de una bestia salvaje que fue apuñalada por la espalda.

—A-Ares…

—Tienes cinco segundos para explicarte y ya pasaron cuatro.

Joder, su voz.

La Villana Merece un Final Feliz.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora