Ares Reinhard:
El campo de batalla estaba en llamas. Yo lo llamo “campo de batalla”, pero la verdad es que originalmente era una ciudad. Una de las ciudades más importantes del este: Stranger. Acabamos de destruir la iglesia y la alcaldía, los dos lugares donde los magos oscuros abundaban.
No, empleé la palabra con el número equivocado. No es «acabamos», sino «acabé». Por mi cuenta destruí toda una ciudad infestada de soldados usuarios de magias oscuras e ilusorias.
¿Cuándo fue que adquirí la capacidad de crear ilusiones? Que yo sepa, solo podía emplear la magia ardiente. Tengo determinados presentimientos. Otra cosa que noté, es que mis heridas se curan con mayor rapidez, y tardo más en agotarme. ¿Por qué presento estos nuevos síntomas en el desarrollo de mi magia? ¿Es por la intensidad de esta guerra?
Porque sí, esta guerra es más monstruosa que las demás.
—¡A tu espalda! —el grito de Nicolás me sacó de la ensoñación.
Esquivé el ataque que venía desde mi retaguardia y corté el cuello de mi enemigo. Era extraño; sabía lo que haría mi oponente antes de que lo hiciera. Podía ver los rastros de magia.
Solo conocía a una persona que logró eso: Ester. Su ceguera le permitió desarrollar un tipo de vista mágica. Pero yo, ¿por qué estoy viendo las energías que desprenden las personas de repente?
Podía observarlo todo. Cada presencia, cada entidad, átomo por átomo. Era como ser el único color en un fondo en blanco y negro. Todos se movían con tanta lentitud, que parecía ser el único verdaderamente vivo.
Una bala estuvo a punto de incrustarse en mi cabeza. Miré al engreído que osó dispararme.
Le sonreí macabramente, provocando que se le pusieran los pelos de punta. Siguió disparando hacia mí, mas, el pobre no acertó una sola. El miedo que le causaba mi mirada, mi aura oscura y mi arremetida lo hacía temblar. Corté su cabeza en un limpio corte cuando estuve lo suficientemente cerca.
Una, dos, tres… diecisiete, dieciocho… cuarenta y dos… noventa y cinco… ciento cuarenta y cuatro, ciento cuarenta y cinco, ciento cuarenta y seis.
¿Cuánto tiempo ha pasado? ¿Sigo en el combate? ¿Seguimos en el este o ya pasamos al norte? ¿Estoy en el castillo de Jennox? ¿Cuántos soldados quedan vivos? ¿A cuántos más tengo que matar? ¿Dónde está Melissa…?
¡Melissa!
Desperté de mi aturdimiento y miré a mi alrededor.
Los cadáveres cortados estaban esparcidos y abultados, como hojas caídas de árboles. El suelo ya no era suelo, era un mar de sangre. Mi espada dejó de ser reluciente hace mucho tiempo, ahora el carmín de la muerte llegaba hasta la empuñadura. Y claro, la apariencia monstruosa del rey no podía faltar.
No hacía falta verme para saber cómo me encontraba: con sangre ajena hasta en el cabello, tal vez con trozos de partes del cuerpo de mis enemigos pegados en la ropa, los ojos más escarlatas que rubíes, y las heridas en mi cuerpo casi pasando inadvertidas.
Nada nuevo. Siempre iba a la guerra creyendo que no tenía por qué regresar. Amaba mi reino, pero ya había preparado un testamento por si acaso moría, donde le dejaba mi reino a Jamie. Él sería un buen rey. Al menos, le tengo la confianza necesaria. Además de mi reino, no había nadie más que necesitara de mi presencia.
Pero ahora es distinto. Ahora no puedo permitirme morir, no cuando Melissa espera que llegue hasta ella. No puedo ser tan egoísta de dejarme matar, sabiendo que eso le causaría un tormento. Llegaré hasta ella y nos casaremos; la volveré reina y haremos todas las travesuras que ella quiera. Para eso tengo que vivir.
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La Villana Merece un Final Feliz.
Fantasi¡A la basura el amor y los sentimientos! Si me traicionan no tengo por qué perdonar a nadie. ¿Qué soy? ¿Un Dios que perdonará todos los pecados? Un día desperté en el cuerpo de la villana de la última novela que leí. Soy la hija de un duque, tengo b...