28- La entrada al castillo.

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Los sonidos en mi puerta demostraron que aún no había terminado el asunto. Había pasado una hora desde que vi por última vez a Alan, supuse que él sería el primer sospechoso respecto al tema de la piedra portal, al fin y al cabo, solo Alan —además del vizconde— sabía de la ubicación de la llave que debía abrir el cofre; no solo eso, Alan es uno de los sirvientes que tiene una llave extra al despacho del vizconde.

No obstante, al intentar culparlo a él, Alan diría que estuvo conmigo en ese momento —lo cual no es del todo mentira.

Sin permitir que mis pensamientos me consuman abrí la puerta, topándome con la cara del vizconde en persona.

Su feo rostro formaba una mueca desagradable, me hacía enojar su inútil intento de intimidarme. Con esa cara no intimida, espanta.

Hice una reverencia.

—¿A qué se debe su…?

—¿¡Estabas con este idiota —señaló a Alan, quien permanecía asustado— hace como una hora!?

Fingí desconcierto, pero asentí.

El vizconde no pidió permiso, entró acompañado de Alan y tomaron asiento en mi habitación.

—Alguien entró a mi despacho y destruyó algo muy preciado para mí —enunció—. Curioso, nunca nada similar había pasado hasta tu llegada.

Puse la cara de miedo más verídica que conocía.

—V-Vizconde, yo no tengo nada que ver con esto —suavicé mi expresión—, nunca se me ocurriría hacer algo que lo molestara, necesito este trabajo.

—¡Exacto, necesitas trabajar para el mejor vizconde del mundo!

Ojalá se muerda la lengua.

—Déjame ver si entendí. Tú y este mentecato tenían un asqueroso encuentro de plebeyos en el jardín trasero.

Me ruboricé y bajé la cabeza, pareciendo incómoda.

—S-Sí.

—¿A qué hora fue eso?

—Prometimos reunirnos a medianoche, yo llegué media hora antes —mentí.

Leopold se tomó un momento para analizarme.

—¿Por qué escogiste ese lugar? Hacía mucho frío hoy.

—Creí que, sería más romántico —puse voz de damisela enamorada—, por eso…

Alan desvió la mirada con fastidio y Leopold me escrutó con asco.

Hasta yo siento asco de tanta cursilería.

—¿Entonces a la medianoche, mientras alguien entraba a mi despacho y rompía mi artilugio, este idiota estaba besuqueándose contigo? —señaló con molestia.

El silencio que decidí formar hizo que Alan pusiera cara de pánico, y que el vizconde Leopold se interesara.

—Habla —exigió.

—Y-Yo… no sé sí…

—¡HABLA!

Mis ojos se cristalizaron.

—Cuando el reloj sonó a medianoche, él aún no había llegado —mi voz tembló—, llegó minutos después y lucía muy apurado.

Leopold asesinó con la mirada a su sirviente.

—¡E-Es una coincidencia, tuve cosas que hacer!

—¿Cosas? ¿Cómo romper mi piedra portal?

—¡No, nunca me atrevería, vizconde! ¡Alguien rompió un jarrón y lo limpié!

La Villana Merece un Final Feliz.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora