11- La intrusa es una salvaje

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Ares Reinhard:



Acerqué mi nariz al perfume que estaba en la habitación de Rainbow. Lo aparté rápidamente. Tiré el frasco por la ventana. Ordenaré que destruyan todas las pertenencias de ese malnacido. Y Jennox… Jennox se las verá conmigo, esto no se quedará así. Nadie queda intacto después de declararle la guerra a Ares Reinhard.

—¿Majestad? —oí la voz de uno de mis oficiales al otro lado de la puerta.

—Puedes pasar.

Hizo un saludo militar y procedió a darme la información:

—Hemos enviado soldados a todas las aldeas del sur, en señal de que esos territorios ahora son nuestros.

—Bien —asentí—. ¿Todo en orden para regresar?

—Sí, señor.

—¿Qué hay de nuestros invitados?

—La señorita Crane y la señorita Collins serán las únicas en partir con nosotros.

Moví la cabeza, indicándole que podía retirarse. Vi mi rostro en el espejo de pared. Todavía tenía la mandíbula colorada, la prueba del puñetazo que la dama salvaje me dio esta mañana. Apenas y me dolía, pero de todas maneras fue insultante recibir un golpe en frente de mis soldados.

Me reí al recordar nuestra ridícula discusión, actuábamos como niños pequeños.

Salí de la mansión. Me encontré con Emma, quien me dedicó una mirada cargada de disgusto, aunque lo intentó ocultar.

—¿Qué tal has estado?

Ella se encogió de hombros.

—Mal, evidentemente, al imbécil de Carlos se le ocurrió enviarme a este putrefacto lugar.

—Intentaste matar a Sol —le recordé, sintiendo un dolor en el pecho por rememorar ese nombre.

—Cosas insignificantes —dijo sin remordimientos—. Para que lo sepa, ya no me importa usted ni la… —resopló—, vale, aún odio a la zorra de Sol. Pero he hecho el intento de olvidar todo lo que ustedes, desgraciados, me hicieron.

—No te hicimos nada, tú te causaste todo, deja de echarle la culpa a alguien más —mi tono de voz la obligó a dar un paso atrás.

Carraspeó.

—¿Cómo está Ester?

A pesar de sus esfuerzos por ocultar la debilidad en su voz, no pudo. Emma parecía ansiosa por la respuesta y al mismo tiempo temerosa, le aterra no escuchar que Ester se encuentra en perfectas condiciones.

—Por desgracia, no debo decirte eso. Cuando lo visites, lo verás.

Bufó.

—Es tan inútil, Majestad.

—Cuidado con lo que dices Emma —la acorralé contra la pared.

Tomé su mentón y alcé su rostro. Aprecié sus ojos castaños, desde mi lugar sentí los acelerados latidos del corazón de Emma. Estaba ¿nerviosa?, no, no era eso. Tenía miedo. Ella era consciente de que no jugaba cuando le lanzaba mis advertencias.

—¡Oye!

Sentí una patada en mi costado, haciéndome apartar de la castaña. Miré a la pelinegra de fiereza en su mirada. Tenía el ceño fruncido.

—Estaba clara de vuestra incompetencia como caballero, pero acaba de perder el respeto que le tenía como hombre.

¿Cómo se atrevía? ¿Es que nadie le ha enseñado modales a esta mujer?

La Villana Merece un Final Feliz.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora