18- El rey más perfecto del mundo.

671 74 3
                                    

Al abrir los ojos, una estructura rocosa fue lo que me dio la bienvenida. Parpadeé varias veces para aclarar la borrosa visión. Comprendí que me hallaba en una cueva, solamente iluminada por la fogata a mi lado.

Los recuerdos de los sucesos ocurridos invadieron mi mente con un latigazo. Los atacantes, las flechas con veneno y las que tenían magia, el encapuchado de cabello blanco, Ares...

¡Ares!

—¡Ares! —El eco se esparció por toda la cueva.

Me puse de pie, descubriendo que me encontraba en ropa interior. Cerca de la fogata, mi ropa se secaba, acompañada por la del rey. Inspeccioné mi cuerpo; los rasguños habían sido torpemente tratados y envueltos con trozos de tela que seguramente pertenecían al rey. Su Majestad había estado aquí, no dudaba eso.

—¡Ares! ¿¡Dónde estás!?

Tomé mi abrigo de pieles, soportando las partes que quedaban húmedas y salí al exterior de la cueva. El cielo daba las últimas señales del día y había empezado a tornarse rojizo. Un viento frío erizó la piel de mis piernas y me hizo escapar un estornudo.

—¡Majestad! ¡Rey Ares! —grité con toda mi fuerza antes de toser con brusquedad. El frío se colaba por mis pulmones y ya estaba afectando mi organismo.

Solo entonces me di cuenta de que estaba temblando. Sentí el tiritar de mis dientes, que solo pudo aumentar al pensar en el estado del rey. Me buscaban a mí y él terminó afectado. No podré soportar que algo le pase.

No, al carajo si podré soportarlo o no; no puede sucederle nada.

—Ares. —balbuceé en medio de un sollozo.

—¿Sol? —Aquella voz fue la más sublime melodía que pude haber escuchado.

Miré hacia mi derecha, topándome con el robusto cuerpo del rey. Tenía el cabello empapado y cargaba un saco en su espalda, caí en que se trataban de nuestras presas. Mis ojos recorrieron la desnudez de su torso, deleitándose con el cruel conjunto de cicatrices que portaba. Las marcas eran antiguas y no todas habían sido obras de espadas; una tenía la similitud de las garras de un oso y había otra que me recordaba a la mandíbula de algún animal salvaje, tal vez un lobo; contemplé con impresión la señal de una quemadura en las costillas y aprecié también un cicatrizado corte en su clavícula.

A los escultores de la Antigua Grecia les encantaría estar aquí y ver esto.

Corrí hacia el rey, ignorando la nieve que se colaba por mis pies descalzos.

—¡Tus heridas! —Toqué el hombro donde recordé la flecha clavándose.

No había nada. Ni rastro de la flecha ni señales del veneno.

Justo como sospeché: aquella última flecha que le lanzó el de cabello blanco estaba impregnada con magia santa.

—Estoy bien, no es necesaria la preocupación —desvió la mirada, inusualmente nervioso—. Mejor entremos. Usted no debe estar acostumbrada al frío. Si pesca una enfermedad...

Le cerré la boca al abalanzarme hacia sus brazos. Lo tomé desprevenido, soltó rápidamente la bolsa que llevaba para cubrirme con sus extremidades.

—Estás bien —suspiré con la cabeza apoyada en la dureza de su pecho—. Estás bien. —repetí con alivio.

—Sí —se aclaró la garganta—. Ya sabe, hierba mala nunca muere.

Sonreí, separándome un poco para verlo a los ojos. Él me observaba desde arriba con su iris rojizo y esta vez, percibí que los impulsos de besarlo no estaban guiados únicamente por el deseo.

La Villana Merece un Final Feliz.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora