Cap. 56

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Después de haber desayunado sólo la mitad de taza de café y dado una mordida al panqueque, salió de su casa y condujo hacía la residencia de los Bondoni.

No pudo pegar un ojo en todo lo que restaba de la madrugada, no cuándo se sentía fatal por lo sucedido con su novio y que éste hubo abandonado su casa sin despedirse de él.

No quería pelear con Joaquín, realmente no había sido su intención rechazarlo de esa manera, pero es que, ¿Qué más podía hacer? No era el momento, Bondoni no estaba en condiciones y jamás se aprovecharía de su bebé estando en un delirio por la jodida fiebre que lo atormentó sin poder preverla.

Una vez hubo estacionado frente a la casa de su pareja, no tardó nada en bajarse del auto y caminar hasta la entrada.

Llevaba puesto uno de los tantos trajes que usaba para la oficina y es que después de ésta visita debía ir al trabajo.

La puerta fué abierta por Uberto, quién le dió una sonrisa, notándose agotado;  después de un abrazo, lo hizo pasar hasta la sala posteriormente.

— ¿Cómo está? — preguntó en cuánto tomaron asiento.

— Su fiebre no lo abandonó hasta las 4 ó 5 de la madrugada, deliraba muchísimo y hasta estuvo con vómitos. Llamé a un médico para que lo viese y dijo que podía tratarse de una bacteria en su estómago, por los síntomas que vió.

Se alarmó al instante sintiendo una punzada en su pecho y su estómago se revolvió.

— ¿Es grave? ¿Estará bien?

— No te preocupes, Emilio. Dijo que no es nada grave, nos recetó antibióticos y calmantes, con eso sanará sin problema alguno. — tranquilizó al menor. — Fuí por ellos y ya los ha tomado, debe hacerlo cada 8 horas.

— Me quedaré con él. — dijo sin dudar.

— ¿No debes ir a trabajar? — frunció el ceño. — No debes preocuparte, Elisabeth se quedará a cuidarlo.

— Pero quiero quedarme yo también. Quiero estar con él ahora más que está enfermo, me necesita y no pienso estar en esa oficina sin hacer nada para que Joaquín se sienta mejor.

Uberto asintió, él no podía obligar a Emilio a alejarse de su hijo, no volvería a hacer una cosa así jamás.

— De acuerdo, Emilio. — le sonrió agradecido. — Vamos, hace unos momentos Elisabeth lo despertó ya que después de tomar los antibióticos pudo dormir mejor.

— Está bien.

Ambos se pusieron de pié y se dirigieron escaleras arriba hasta que llegaron a la habitación del menor, quién estaba recostado abrazándose al brazo de su madre mientras ésta acariciaba su cabello, cantándole una canción.

En cuánto la mujer vió que su esposo llegó acompañado, besó la frente de su primogénito, alejándose lentamente de él.

— No. — se quejó el castaño intentando volver a tomar el brazo de su madre.

— Tranquilo, mí amor. — Elisabeth estaba feliz por el contacto que su hijo estaba proporcionándole, pero supuso que Emilip querría acercarse a él también.

Así lo hizo, en cuánto su suegra se alejó de la cama del menor, el rizado aprovechó para poder tomar su lugar.

Se sentó lentamente, observando a su chico, quién se encontraba con sus ojitos cerrados y sus mejillas sonrojadas.

— Hola, vida mía. — susurró.

El castaño parpadeó lentamente y los ojos ámbar se clavaron en el rostro de Osorio, quién le dió una tímida sonrisa.

¿Puedo Abrazarte?  // Adaptación EmiliacoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora