Ascensión

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Era una época de mi vida donde funcionaba sin siquiera saber en qué día vivía. Allí abajo, tocando fondo, me acostaba en el suelo mirando al techo, fumando porros sin parar y con las persianas bajadas. Entre los huecos de las lamas veía bailar una coreografía de humo, a través de la luz del sol que podía penetrar en mi pequeño zulo. Me quedaba gilipollas mirando las formas de aquellas más de 4000 partículas tóxicas que, como espectros fantasmales, me hacían compañia en aquel diminuto santuario iconoclasta: había borrado mi vida por completo, deshaciéndome de toda imagen de otro 'yo' que ya no fuera yo.
Apestaba... y no por hermitaño, sino porque había hecho de mis cloacas personales un inhóspito hogar. Toda aquella porquería que habían hablado de mi, que tanto me gustaba escuchar porque me hacía sentir importante, se convirtió entonces en un pesado lastre para mi estima. Aquello de lo que alimentaba a mi ego y que transformó mi vida, sin proponérmelo, en un júbilo de perversión y diversión contra-ofensiva, de repente se hizo una inmensa bola de mierda a la que empujaba de una pared a otra, haciéndola cada vez más grande. Me había convertido en un Sísifo post-moderno, pero mi castigo no fue obra de Zeus: olvidé que la enemistad hace amigos a los adversarios, y que la unión hace la fuerza. Se puede ahogar a una hormiga en un esputo, pero un ejército de ellas es capaz y tiene el poder de licuarte si quiere.

Hay que tener cuidado con los animales sociales. Sobretodo si eres una bestia, como es mi caso. Se organizan bien y saben cómo mandarte al purgatorio por tiempo indefinido. Aún así ignoran que, cuando no tienes con quien pensar, acabas pensando por tí mismo.

Al final, siempre alguien se descuida, enciende una luz que puedes ver y encuentras una escalera de salida que te lleva a sus infiernos.
Voy a subir a visitarlos. A ver qué se cuece ahora por allí... y qué puedo envenenar.

Micro relatos escritos en un purgatorio donde, a menudo, me encuentro con genteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora