Esquizofónico

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Susurraban los vientos hostiles rompiendo la calma del silencio, en la madrugada, que escondía los terrores del día a día a los que uno acaba acostumbrándose. El aire en movimiento llevaba su propia voz al interior de mi habitación, colándose a través de esas viejas ventanas imposibles de cerrar en su totalidad, pero que sin embargo hacían de mi estancia un zulo hermético del cual yo, en esencia, era incapaz de escapar. Y sin embargo aquello me suponía una terapia, porque el miedo a la tormenta callaba esas voces que daba a luz en mi imaginación y terminaban fugándose de allí para gritarme al oído todo eso que me pesaba en la conciencia, haciendo más real las mentiras que, no siendo más que intangibles pensamientos, terminaba por creerme. Así me iba volviendo loco, acumulando aforismos suicidas como un viejo solitario con síndrome de Diógenes, que hace tesoros de basura entre la que podría hundirse y perderse, para prenderle fuego un día y no dejarse ver nunca más.

Jamas le he dicho a nadie esas cosas tan horribles que me dije a mí mismo. A veces, muchas veces... he sido mi peor enemigo.

Micro relatos escritos en un purgatorio donde, a menudo, me encuentro con genteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora