La ciudad tras las persianas

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Aquello era como vivir cautivo de las circunstancias esperando ver los días morir, uno tras otro, para experimentarlo de nuevo y de la misma forma a la mañana siguiente. Cualquier mínimo contratiempo suponía una grata sorpresa, por desagradable que fuera, que rompía el ritmo rutinario de lo que ya venía a ser un ciclo sempiterno arrastrado a la desidia sobre el paso del tiempo. Y entre un cigarro y otro, ese instante sacando la chispa del mechero y fantaseando con el olor a gas y el posterior espectáculo de fuegos artificiales, justo antes de hacerme fósil allí mismo entre los escombros de mi propiedad.

Enmascarados bajo el ruido gris de la civilización sonaban llantos solitarios como melodías en contrapunto. Las persianas de aquellos otros edificios escondían habitaciones que también eran celdas de hastío donde otros vampiros, con la lentitud de la angustiosa inmortalidad del tiempo, iban haciendo su metamorfosis.

Y es que todos nosotros fuimos ingenuos románticos, por todo aquello que vivimos como una eternidad de sufrimiento, antes de convertirnos en viles sicópatas.

Micro relatos escritos en un purgatorio donde, a menudo, me encuentro con genteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora