Micro relatos escritos en un purgatorio donde, a menudo, me encuentro con gente

Andar sobre el tejado roto

Era una noche de mediados de junio. Aún las chicharras no hacían sus aquelarres al completo, pero los grillos interpretaban un simpático concierto cerca de aquella casa donde pasaba algunos días a la semana, hasta que me echaban de allí. Vivía un amor tardío de primavera y precoz de verano, pues no vio dar demasiadas vueltas a ese astro rey cuando castiga... porque nos quemó antes de tiempo. La luna, sin embargo, nos acompañaba con sus mejores intenciones todas las madrugadas y rociaba su hechizo sobre nosotros, dejándonos soñar despiertos en nuestra noche de tertulia para dos, subidos y sentados en el tejado.
Allí, como una pareja de gatos, hablábamos de nuestros traumas y pesares, de nuestras vidas y nuestras muertes... y de nuestra mejor resurrección en aquella plácida colección de instantes sin sobresaltos, con la compañía del cielo y la paz de nuestro amor. En ese 'ahora', exentos de adrenalina, seguíamos vivos con el latir al compás de aquel todo que éramos juntos, bajo la confidente mirada del firmamento y el oscuro cobijo de la noche, que escondía todos aquellos sucios rincones donde no era el momento de mirar.
Al bajar del techo fuimos a la cama y follamos con mucha pasión durante casi dos horas. Después, tras firmar nuestros compromisos en lenguaje de miradas y besos, dormimos abrazados formando un nido y arropados bajo las sábanas de la esperanza.
Al despertar, en el alba con cantares de gallos de pelea, se rompía el encantamiento. No sé si me resbalé del tejado, me di un golpe y lo de la noche anterior había sido una ilusión; pero en las paredes vespertinas de la habitación no había más que fantasmagorías turbias de tejas volando a la luz de un día gris.

Aquella mañana, buscando sin éxito algún pedazo de luna tras ese blanco y marrón que daba color a la bóveda celeste, detesté por primera vez un amanecer nublado.