La casa de las herramientas

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Nadie sabía quien era realmente aquella mujer. No tenía la inquietud de hacer amigos, no hablaba con nadie ─ni tampoco sola─ y se limitaba a alzar la mano en señal de paz cuando la miraban insistentemente. No daba mala impresión: llevaba el pelo limpio y recogido, no le colgaba bisutería y vestía ropas probablemente rescatadas de la basura, pero escrupulosamente pulcras. Su asentamiento se ubicaba en mitad de una haza yerma tras la autopista que describe los límites de la urbe, en lo que queda de vega. Allí, en una pequeña choza abandonada que sirvió antaño de trastero para las herramientas, se hospedó durante un par de meses.
Murió atropellada en uno de esos tantos tientos a la suerte que jugaba todos los días al cruzar la carretera, para buscar algo útil en los despojos de la civilización. No fue un acontecimiento de relevancia para la gente, salvo por la morbosa inquietud de contemplar un cuerpo abierto con las vísceras esparcidas sobre el asfalto.
Tenía cierta curiosidad por ver cómo había vivido en su zulo, así que fui para allá, abrí la puerta ─protegida con una humilde cuerda─ y entré. Aquello estaba impoluto. Había un pequeño colchón en el suelo bajo una manta, un bidón de plástico con agua, un cazo, ropa doblada en una esquina, un cepillo sin palo y un cuaderno con un lápiz metido en el muelle que apresa a las hojas. En él había dibujado, con gran talento, algún pantocrátor y otras representaciones religiosas. Pensé en llevármelo, pero aquello no era mío, así que lo metí bajo la ropa de su cama deseándole un descanso en paz.
Al salir de allí la puerta se cerró ante mi. Tras unos segundo adecuando la vista a la oscuridad, desde una diminuta ventana circular casi a la altura del techo, tras de mí, cruzaba un halo de luz hacia ella, donde había escrito "Que Dios te bendiga". Volví a abrir, sin darle más importancia, y até de nuevo un nudo desde fuera.

Días después alguien prendió fuego a aquello. Y por mi naturaleza demoníaca, deseé a los pirómanos que ardan en el infierno.

Micro relatos escritos en un purgatorio donde, a menudo, me encuentro con genteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora