La dirección

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Me perdí en aquella inmensa meseta. Hacía frío, apenas quedaban minutos de luz y no encontraba el modo de orientarme. Estaba jodido y ya empezaba a darme cuenta de que tenía un serio problema, pues aquellos hongos mágicos que comí por la mañana me traían de vuelta con los pies en la tierra ─o eso creía─. Caminé sin rumbo hasta dar con una explanada que tenía una señal de madera apuntando a dos direcciones. Llegué hasta ella, pero no vi ninguna descripción. Cansado y sin saber a donde ir, me senté en el suelo apoyando mi espalda en aquel palo.

─¡Hola! ─salté del susto. A mi izquierda apareció un duende con aspecto andrógino─ Me llamo Duendecille.
─En...cantado ─le dije tartamudeando─.
─¡Y yo Duendefacha! ─se presentó otro duende, con voz ruda, a mi derecha.
─Un placer ─le respondí, tomándome mi tiempo para poder respirar a un ritmo normal─. Me he perdido. ¿Podéis ayudarme a salir de aquí?
─¡Por supuesto! ─me dijo con entusiasmo Duendecille─ ¡Ven conmigo! ¡te llevaré a un mundo de azúcar donde tu sentir constituye una verdad incuestionable!
─¡No! ─me dijo Duendefacha con rotunda convicción─ ¡Por este camino todo es como tiene que ser!

Me sentí aún más extraviado en medio de aquellos dos. Por suerte ya me había recompuesto y me dispuse a hablar serenamente:

─Veréis... yo soy más ácido que dulce, Duendecille; y también un excéntrico, Duendefacha. En tu república hipersensible corro el riesgo de ser cancelado ─le dije a Duendecille─, porque tu realidad subjetiva ya se ha impuesto al sentido común; y tu camino ─dirigiéndome a Duendefacha─ me lleva a una cruda realidad totalitarista dispuesta a acabar con cualquiera que os estorbe.

Ambos comenzaron a increparme. Desaté la cuerda que anudaba la señal e hice una honda para cada uno.

─Tomad. Solucionad vuestras diferencias y dejadme a mi en paz.

Los duendes se miraron fijamente. Cambiaron su semblante hostil y empezaron a "hacer pucheros". Tiraron las armas, se abrazaron y se besaron intensamente.

Me estaba muriendo de hipotermia y a ninguno le importaba. Pero bueno... se acabó la guerra en Occidente.

Micro relatos escritos en un purgatorio donde, a menudo, me encuentro con genteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora