Desahogarse

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Cumplía sobradamente con cualquier sana expectativa, para bien y para mal. Era una mente brillante en toda materia de estudio, capaz de competir en primera división en la disciplina que fuese, aún en quehaceres que no suponían más que un mero entretenimiento laborando, en las amplias horas muertas que se sucedían tras atender un sinfín de responsabilidades autoimpuestas, los hilos del tiempo como un telar de neuronas trabajando por amor al arte sin parar.
Pero no es precisamente la excelencia esa cualidad con la que una persona hace amigos, y en esa asignatura tenía un suspenso. Su vocación por atarearse escondía un trasfondo melancólico a la luz de las medallas resplandeciendo en su museo interior; pero en la jungla de cemento en la que pretendía desarrollarse en sociedad, cada victoria propia ─aún sin concursar─ evidenciaba la incompetencia, pese a titánicos esfuerzos, de los que se sentían derrotados a los pies de sus virtudes.
Del acoso constante en la calle de las malas ideas; la esotérica tristeza de aquella chica se procesaba cada vez más hacia una explícita y holgada arrogancia. Vestida con esa armadura, lidiaba con las vejaciones de un mundo al que no pidió venir y del que empezaba a querer largarse. Y pasos más allá en el camino de su soberbia, la injusticia de los juicios envidiosos prendía en combustión, dejando ver el humo de la ira... hasta explotar.

Meditando en el calabozo, tras dejar medio muerta en una acera nadando sobre un río de sangre a una de sus verdugos, aprendió que algunas cosas importantes no son tratado para hincar codos en la mesa, sino de acción por el derecho a la dignidad. Y de esa reflexión antropológica donde la guerra, por desgracia, es motivo de progreso, entendió que la genialidad es un tesoro que también se presta a defender, si hace falta, a cualquier precio.


Micro relatos escritos en un purgatorio donde, a menudo, me encuentro con genteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora