Más allá del patio

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Andaba por el '92 con ocho años. Mi compi Yoni y yo teníamos dos cosas en común: éramos pobres y más listos que el hambre. La última fila de asientos del aula llevaba nuestro nombre implícito; y lejos de ser un castigo, nos lo pasábamos de puta madre todas las mañanas. Yo era un niño un tanto hostil, no demasiado inteligente en el ámbito emocional, pero en el intelectual sacaba todas mis asignaturas sin atender. Él era un pícaro y, sin contrato mediante y con nuestra mejor voluntad, nos echábamos mutuamente una mano en nuestras carencias: gracias a él, yo me ganaba menos enemigos; y gracias a mí, él pasaba de curso.
Desde la alejada fila de pupitres donde divisábamos los cogotes de nuestros camaradas, un día encontramos un 'phoskito' asomando por una mochila. Estábamos hasta los huevos de nuestro menú diario de bocadillo de mantequilla con cacao del barato, así que ideamos un plan para darnos un homenaje: durante el intercambio de maestro, él iría a contarle algo a la víctima mientras ponía en práctica sus dotes de prestidigitador, luego me daría el pastel, y yo en mitad de clase pediría permiso para ir a cagar con la intención de esconder el tesoro fuera de allí, por si nos sometían a registro.
Todo salió bien y llegó el recreo. A los que jugaban al fútbol se les escapó el balón fuera. Aquel drama nos era indiferente, pero él tenía un sexto sentido para encontrar oportunidades y me convenció para ayudarlos. Los docentes estaban fumando en su ateneo, al de guardia lo teníamos controlado y contábamos con la complicidad de esos a los que estábamos haciendo un favor; de modo que trepamos por un árbol pegado al muro y le echamos la pelota desde fuera.
Durante quince minutos fuimos "los amos", allí sólos cruzando carreteras por la calle en horario escolar mientras nos comíamos aquel delicioso pastelillo. Aún llenando nuestros pulmones del humo de aquellos viejos autobuses y coches que pasaban por nuestro lado, degustamos el aire fresco de la verdadera libertad.

La anarquía nos era un buen sistema... en aquella bonita ingenuidad.

Micro relatos escritos en un purgatorio donde, a menudo, me encuentro con genteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora