La pared separando

22 1 0
                                    

Cuando se conocieron se cayeron en gracia al instante. Compartían aficiones y eran seguidores del mismo equipo de fútbol, entre otras banales similitudes a las que la gente normal se presta a dar una notable importancia. En mi caso, sin ninguna necesidad a estas alturas de la vida de salirme de mi soberbia excentricidad, me limitaba a comportarme de forma educada con ambas parejas. Lo típico: dar los buenos días o prestarme a llamar a los bomberos si veo que sale humo espeso de alguna de sus casas y tengo constancia de que hay animales en peligro dentro.
Vivían en viviendas adosadas que compartían un rellano en común donde, al principio, montaban alguna que otra fiestecilla privada a la vista y al oído de cualquiera. Para mí no suponía demasiada molestia en realidad: a fin de cuentas, tenían el mismo derecho que yo cuando salía a fumarme un porro al escalón de mi propiedad, en el límite entre mi espacio profano al mundo exterior que entonces pisaba con los pies; pero a ellos, sin embargo ─y en vano─, parecía molestarles lo mío. Comenzaron a hacerme algunos chistecillos en secreto, pero con la osadía suficiente para sentirse valientes. Algunos eran hasta ingeniosos ─siendo fruto de personas con tan pocas inquietudes─, como llamarme "hermano bastardo de Miércoles".
Una mañana escuché gritos. Por lo visto, una de las mujeres quería poner una estructura en medio del rellano sobre la que dejar entrelazar ramas de plantas. Aquella señora, un poco más inteligente que los demás, acabó por entender que del roce que hace el cariño a veces brota la confianza hasta dar asco.
Y de repente, ante mis ojos, la "lucha con palos" de Goya cobró vida en un moderno escenario, donde aquellos dos amigos que la noche anterior jugaban con la "XBox", no paraban de soltarse hostias entre el abrazo de amarre firme de sus respectivos amores, cuya utilidad objetiva era la del barro en la escena del pintor.
Y yo, el ilegítimo "Addams", además de un canuto, me "pimpé" en mi bordillo una bolsa de palomitas.


Micro relatos escritos en un purgatorio donde, a menudo, me encuentro con genteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora