Victoria agridulce

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Le ponía entusiasmo. Nadie realmente podía asegurar que poseía un talento excepcional, porque pocos sabían de qué hablaba y se daba por hecho su maestría rindiéndose al sesgo ─ajeno─ de la ignorancia. Aún así vivía toda aquella subcultura 'yanki' como algo importante, y la verdad es que el chaval se lo curraba mucho: por aquella época internet era un nuevo invento al que no todo el mundo tenía acceso, la información era un pez difícil de pescar ─no un mar donde ahogarse─, y los problemas más allá de los límites del barrio no eran nada relevante. Quizá por esa razón siempre estuvo al margen, celebrando sólo sus triples en las canchas donde los corrillos montaban las tertulias dando prioridad a quien portaba el testigo de la litrona, a la sombra de las nubes de humo de tabaco entre las que se colaba algún aroma negro de un 'celtas' o 'ducados', probablemente hurtado a un abuelillo despistado.
Se perdió de allí en un viaje a la universidad y no volvió nunca más. Nada de lo anterior fue traumático, pero sí demasiado aburrido para alguien con tantas inquietudes.
Uno de aquellos viejos conocidos lo encontró, por casualidad, por las redes sociales. Ahora es un todo un 'chad' bien vestido, con una presencia impecable y probablemente con varias cuentas corrientes en las que sobran ceros a la derecha. Especulan sobre él, lo critican y hacen pláticas propias del tedio en aquel lugar donde no ha dejado de correr el tiempo... aunque todos parecen más viejos de lo que son.
Quizá aquel chico, atento a las oportunidades del progreso en un mundo donde por cojones se ha de pelear ─o bien frente a los poderosos o frente a los idiotas─ apostó por plantarle cara a los más fuertes; y en esa justificada traición enterrando todo aquello que una vez fué, salió victorioso.
Pero nadie, salvo él, ha degustado los matices agridulces que sazonan ese renacer, después de darse por muerto un idealista.

Micro relatos escritos en un purgatorio donde, a menudo, me encuentro con genteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora