Forastero de bares

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Sus globos oculares pintaban de ámbar una triste mirada en la bonita faz de aquella mujer. Por esos lares que frecuentaba, importaba menos que una mierda su decadencia; pues pese a correr los años por delante del tiempo rasgando algunos surcos en su piel, poseía un encanto natural que, sumado a su facilidad de acceso en estado ebrio a otros parroquianos, añadía peso a la caja de los taberneros.
Yo estaba situado a una distancia aproximada de un metro y medio de ella. La estudiaba con prudencia, como hago normalmente con la gente rara, sin más alternativa allí que la de ver la tele o beber cabizbajo en la barra.

─¿Puedes parar de mirarme? ─me dijo en un tono que no supe como interpretar.
─Disculpa. ─le respondí un poco avergonzado. Ella cogió su taburete, lo puso a mi lado, acercó su copa y se sentó.
─No te he visto antes. ¿Eres de fuera? ─tenía soltura iniciando conversaciones con extraños. Su aliento olía a etilo y a mí me echaba un poco para atrás, pero disimulé.
─Me estaba meando y no aguantaba. No suelo venir sólo a estos sitios.
─Que borde... ─pronunció, aunque indiferente a mi actitud─. ¿Por dónde te mueves entonces?
─Por la calle.
─No eres muy hablador...

Se acercó un tío cuyo aspecto me resultaba desagradable. La abrazó desde atrás tocándole con sus antebrazos los pechos, con total confianza, y le soltó un beso entre la mejilla y los labios. Me sonrió, pero no encontré la gracia. No la noté violentarse, así que tomé un trago mirando al frente sin intención de devolver la mueca a aquel tipo que, agradezco, se apartó sin más.

─Es uno de mis colegas de bares ─me dijo con una sonrisa un tanto difícil. Yo bebí otra vez en silencio─.

Por la puerta entró una chica enfadada. Dió un golpe en la barra con la palma de la mano, soltando un billete.

─¿No puedes con una sobria, perro asqueroso? ─me insultó gratuitamente─. ¡Vamos a casa! ─le ordenó a ella─.

Se la llevó mientras me clavaba la mirada de forma hostil. Se la sostuve inexpresivo. Entendía la situación, pero yo no era otro "amigo" de esa mujer a la que sacaba del antro.


Micro relatos escritos en un purgatorio donde, a menudo, me encuentro con genteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora