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Suelto un suspiro mientras caminaba desde el interior de la casa hasta el jardín trasero, lugar donde estaba la piscina. Bajo mis gafas de sol para ver a varios jardineros allí soltando gritos, pero vuelvo a dejarlas en su lugar para tomar asiento en una hamaca y dejar el libro que había tomado, de la biblioteca de la casa, sobre la mesa baja a un lado.

Desde que yo nací, tengo recuerdos de que mi padre siempre estuvo ausente por esconderse. Él temía que su vida pudiera hacerle daño a mi madre, y cuando yo nací, simplemente nos dejó vivir una vida normal por unos años mientras él nos visitaba muy de vez en cuando.

Al parecer eso no le gustó a mi madre, y ella decidió que le seguiríamos a donde él fuera. Seguramente mi padre se negó, pero mi madre tenía buen don de la palabra, y en la relación de mis padres, era mi madre la que daba órdenes, estaba muy claro eso.

Por si no quedaba claro, mi madre fue actriz de películas para adultos hace años, y en esos mundos extraños conoció a mi padre. Ser actriz porno y la esposa de un narco parecía incompatible, así que mi padre mandó a destruir todo en lo que se le alcanzara a ver las tetas a mi madre.

Hizo un buen trabajo, era imposible encontrar algo.

Bueno, todo eso llevó a mi padre a tener la fantástica idea de irnos a vivir al culo del país, es decir, a la mitad de la nada. Nos mudamos a una enorme casa de campo en una aldea de tan sólo cien habitantes, y aquí nacieron mis hermanos.

Kija y Killia son mellizos, y ambos tienen diecisiete, casi dieciocho años ya, por lo que aún iban a la preparatoria.

Y yo, como me encargaba del trabajo que mi padre me encomendaba, tenía libre todo el tiempo en el que él no me decía que hacer.

Como ahora.

El día estaba tan bueno, hacía sol, pero no hacía calor, por lo que no me alcanzaría a quemar si me tumbaba al sol en bañador por unas horas. Gyuri y yo comimos tanto en ese restaurante ayer, y luego estuvimos hasta la madrugada en un club, que me había despertado muy perezosa.

Casi me dolía el pensar.

— Señorita... —giro mi rostro para ver a una de las cocineras— Como anoche llegó tarde... —deja una bandeja junto a mi libro— Le he preparado un té muy bueno para la resaca y un bocadillo de sus favoritos.

Llevo mis manos a mi corazón mientras sollozaba y me giraba encogiéndome en la hamaca. Estos gestos me robaban el corazón.

— La amo con todo mi ser, señora Kim —ella ríe— Es usted un ángel caído del cielo —me incorporo.

— ¿Que haría usted sin mí? —sonrío agarrando el té.

— Ninguno somos nada sin usted —deja una rápida caricia sobre mi cabeza antes de marcharse.

Mi madre era la que se encargaba de todo lo que tuviera que ver con la casa. Contratar y despedir, vigilar que las cosas estuvieran bien, pagar a los empleados, bastantes cosas. Antes solía cocinar, pero cuando nosotros ya crecimos y vio que hacíamos lo que nos daba la gana, entonces contrató cocineras para que siempre hubiera alguien dispuesto a hacernos comida en cualquier momento.

Separo el té de mi boca notando lo rico que estaba. Mientras pretendía morder mi desayuno casi a la hora del almuerzo, alcanzo ver de lejos a mi padre, el que miraba a su teléfono.

— ¡Papi! —grito antes de morder el bocata.

Él levanta la vista del teléfono, y en vez de tomar el camino hacia la casa, comienza a caminar hacia mí. Sonrío viéndolo, pero al recordar que yo estaba molesta con él, frunzo mis cejas y dejo mi comida para mostrarme molesta.

Tortura +18  ©JJKDonde viven las historias. Descúbrelo ahora