₃El último suspiro

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Lo eterno dura a veces solo un segundo

Los estrechos caminos que conducían hasta el foso, hacia la primera terraza, vomitaban humo y brasas, las llamas devoraban los bálagos de los tejados apelotonados de los edificios, lamían los muros del castillo

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Los estrechos caminos que conducían hasta el foso, hacia la primera terraza, vomitaban humo y brasas, las llamas devoraban los bálagos de los tejados apelotonados de los edificios, lamían los muros del castillo. Desde occidente, desde el lado de la puerta de los muelles, llegaba un estruendo, el sonido de una lucha encarnizada, los secos golpes del ariete que hacían temblar las puertas de cada casa.

Los caballos cubiertos con negras mantas volaron por encima de la barrera como espectros, unas hojas claras y brillantes sembraron la muerte entre los defensores que huían.

Kryo sintió cómo el jinete que la llevaba en el arzón sujetaba violentamente el caballo. Escuchó su grito.

—Agárrese majestad —gritaba— ¡Agárrese!

No.

No quería pasar por la misma pesadilla de siempre.

Era la última de su linaje, la última guardiana de una memoria que se desvanecía lentamente en la bruma del tiempo. Su abuelo le había implorado que no olvidara, pero había algo más, algo diferente que Kryo anhelaba recordar.

No.

Sus pensamientos parecían congelados, como si las puertas de su memoria estuvieran selladas por el mismo hielo que la mantenía prisionera. A pesar de que Kryo poseía el don de manejarlo a su antojo, se encontraba impotente, incapaz de hacer revivir ni un solo destello del pasado que no fuera la pesadilla que la había marcado.

Cada vez que la esperanza amenazaba con abandonarla, siempre acariciaba el objeto que le había entregado su abuelo: el anillo de su madre. Había querido tocarlo, sabía que había caído dormida acariciando el anillo en su dedo. Ahora, no lo sentía. Pero de alguna manera, sabía que estaba en su lugar.

Tiró de ese hilo que se le había cruzado de manera fugaz y la llevó a la misma luna donde había caído en su jaula de hielo.

Había pensado en Nic y Mira, en qué quizás habían conseguido escapar a tiempo del castillo. Si estaban vivos, encontraría la manera de reencontrarse. Necesitaba el apoyo de sus amigos para trazar una estrategia que enmendara todo lo que había salido mal. Era la última voluntad de su abuelo.

Le habían arrebatado su reino, su familia había muerto, pero no estaba sola.

No sabía cómo era que estaba tan segura de ello, pero quiso creer en que no lo estaba.

Ahora estaba sobre el camino que tenía que seguir.

Fracasar no era una opción.

Lo supo desde que Athenas se cruzó en su camino. Desde aquel día en el que recorría con velocidad la Senda. Ella nunca se apartó de su lado.

De pronto, el rostro de aquella hechicera de dones extraordinarios se dibujó frente a la oscuridad. Tenia sentimientos hechos con la más genuina y delicada mano, mostraba su puro y noble estado de esencia, la cuál no era de menos esperar que alguien la estimara, una hechicera de luz, aquella que hace que la felicidad se encontrará en el más lejano y profundo lugar.

¹Reyes del Norte•GOTDonde viven las historias. Descúbrelo ahora