La casa Nidhögg es una estirpe tan antigua como los mismos hijos del bosque. Estos primeros hombres, cuyos nombres resuenan en las leyendas susurradas por las nanas durante las noches de insomnio, libraron una eterna batalla contra los amos de drago...
༺Si crees que rendirte a la tristeza es lo que tu padre querría, adelante. Sigue golpeando ese árbol hasta que no quede nada de él... o de ti༻
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El Bosque Susurrante había quedado atrás, pero su eco seguía vivo en la mente de Aelirenn. Cada rama quebrada, cada grito ahogado, cada gota de sangre derramada aún palpitaba en sus sentidos. El aire estaba cargado de humo y el olor metálico de la guerra. Sus botas apenas emitían sonido al hundirse en la hierba húmeda mientras buscaba algo más que descanso.
Avanzó hacia el claro donde sabía que Asenas estaba resguardada. La dragona había permanecido al margen de la batalla, aunque cada vez se hacía más difícil convencer a Asenas de no intervenir. Pudo distinguirla a la luz del amanecer. Permanecía aovillada sobre sí misma y casi inmóvil.
La orgullosa cabeza se levantó de inmediato y sus ojos brillaron con una luz etérea que parecía escanear a Aelirenn de pies a cabeza.
—Estoy bien —murmuró Aelirenn antes de que Asenas pudiera cuestionarla mentalmente. Pero ambas sabían que no era del todo cierto.
Asenas dejó escapar un resoplido bajo y grave. Aelirenn esbozó una sonrisa débil mientras que cruzaba el campo en dirección a la dragona a tanta velocidad que al final casi corría. Dejó caer sus dagas al suelo. El sonido metálico al chocar con las piedras resonó como un susurro de alivio.
Se acercó al costado de Asenas y apoyó la frente contra sus escamas. La dragona dobló las patas delanteras y la rodeó con las alas estrechándola con cuidado mientras entonaba un débil y profundo canturreo. Aelirenn le acarició el reluciente hocico. Sintió un tirón en el lazo. Era un dolor suave pero persistente, y que la hizo olvidarse su propio dolor.
—¿Qué sucede, As? —preguntó en voz baja.
—Me dijo que no te gustan los dragones.—Asenas hablaba muy despacio— Que por eso no me dejaste participar en la batalla.
Las palabras golpearon a Aelirenn como un puñal inesperado.
—As... —murmuró, pero Asenas no había terminado.
—Dijo que vuelas conmigo solo en cumplimiento del deber.
Una ráfaga de diversión ajena se deslizó en el vínculo. No venía de ella ni de Asenas. Su mirada se alzó rápidamente, escaneando el área. Entonces lo vio. Draven estaba allí, oculto entre las sombras de un árbol cercano, con una sonrisa que apenas era visible en la penumbra. Aelirenn se quedó sin aliento de la rabia. La hubiera emprendido a puñetazo limpio con Draven de haberlo tenido delante.
—Miente, As —aseguró con dificultad, medio ahogada por la rabia.
—Sí, eso pensé —dijo Asenas—, pero no fue agradable de oír. Escuché todo y entonces seguías sin venir. Pensé que ellos te impedían acercarte.