₅₂Hilos de sombras

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Un guerrero debe morir con una espada en la mano

El señor de Winterfell había insistido en abandonar el patio en cuanto la dragona se trasladó al techo del salón principal

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El señor de Winterfell había insistido en abandonar el patio en cuanto la dragona se trasladó al techo del salón principal. Los demás lores habían accedido al fin, pero el muchacho compensaba el sentimiento de culpabilidad por haberla hecho pasar por todo aquello, invitando a los forasteros a formar parte de las reuniones de guerra.

El almuerzo, sin embargo, fue opíparo y alegre, en especial después de que un cuerno hubiera circulado unas cuantas veces. Robb Stark le había cedido a la princesa del norte el lugar del trono de Winterfell. Era un acto de respeto que la mayoría de los lores presentes no aprobaban abiertamente, pero tampoco osaban cuestionar en voz alta. Sin embargo, Aelirenn, desde el momento en que había ingresado al salón, se mantuvo pegada al gran ventanal. Uno de los pocos que dejaba ver el exterior. La muchacha estuvo alejada del bullicio todo el festín, pero claramente visible para todos. La presencia de una bestia como la que montaba, ahora era una constante en la sala. Los ojos de los lores buscaban a la jinete a ratos, susurrando entre ellos. Ella no comía ni bebía, pero observaba cada movimiento, cada gesto, con una fría atención.
Su madre tenía el don de la facilidad de palabra y las mesas siempre habían sido un lugar alegre para sus oficiales; cada sonido, cada palabra en esa sala, era un eco indeseado del pasado. Y eso le molestaba profundamente.

Una cena de aquella naturaleza tenía un marcado sabor informal, por lo que cuando el hermanito del joven señor, después de haber devorado su pudín más deprisa que los demás, se atrevió a dirigirse directamente a Aelirenn.

—Su alteza, si me permite el atrevimiento de preguntarle, ¿es cierto que los dragones pueden escupir fuego?

Aelirenn volvió su mirada hacia Brandon, y su voz resonó con un tono más frío, casi como si se dirigiera a alguien mucho más mayor de lo que el joven Stark era.

—No tengo corona —le recordó, pero sus palabras eran más para los demás que para el niño—. Mi trono dejó de ser una opción hace muchos años. No hay necesidad de llamarme alteza.

El salón quedó en silencio una vez más. Bran, por su parte, no se movió ni desvió la mirada. Luego de un momento, su expresión cambió ligeramente, y Aelirenn agregó, como si quisiera dar una respuesta a la pregunta original del muchacho:

—Depende de la raza —dijo finalmente, con un tono más suave—pero tengo entendido que es una habilidad extremadamente inusual y destructivo. Yo misma lo he visto —se volvió hacia el ventanal. Su voz había bajado considerablemente, pero seguía igual de resonante— Sé muy bien lo que puede hacer el fuego... en ciertas ocasiones.

Todos en la gran mesa se estremecieron y asintieron. Había pocas cosas más peligrosas que un fuego descontrolado.

Un crujido resonó desde lo alto. Un ruido grave y profundo, como si el techo mismo protestara. Asenas había cambiado de posición y sus grandes garras habían rasgado la piedra con un leve estruendo. Aelirenn no se movió, pero una sonrisa casi imperceptible se asomó en sus labios. Bran seguía observándola, aún más fascinado.

¹Reyes del Norte•GOTDonde viven las historias. Descúbrelo ahora