₆₂La Heredera del Norte

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A mi sangre le pertenece el Norte. Si nadie más tiene las agallas para tomarlo, entonces seré yo quien lo haga

Catelyn Stark tenía la sensación de que habían pasado mil años desde el día en que salió de Riverrun con su hijo recién nacido en brazos, y cruzó el Piedra Caída en un bote para iniciar el viaje al norte, hacia Winterfell

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Catelyn Stark tenía la sensación de que habían pasado mil años desde el día en que salió de Riverrun con su hijo recién nacido en brazos, y cruzó el Piedra Caída en un bote para iniciar el viaje al norte, hacia Winterfell. Y en aquel momento cruzaban de nuevo el Piedra Caída, para volver a casa, sólo que el niño llevaba armadura y cota de mallas, en vez de pañales.

Robb iba sentado en el bote, con la hechicera de mirada lilácea a su lado. Para sorpresa de Catelyn, la extranjera también había podido encantar a su lobo. Tenía su delicada y anillada mano apoyada sobre la cabeza del lobo huargo, mientras los hombres remaban. La otra salvaje también los acompañaba. De cuando en cuando, tamborileaba una melodía sin ritmo con sus dedos, golpeaba la vaina de cuero y adornos de oro de una de sus dagas, que había cruzado en su regazo. Catelyn no quería pensar en la posibilidad, en la terrible posibilidad que tenía. Sabía lo mortífera que podía llegar a ser. Lo había comprobado desde sus propios ojos. Se movía como si el campo de batalla fuese un escenario, y ella fuese la bailarina principal del acto. Sabía que si quería, podía llegar a matar a todos en aquel barco, sin que alguien pudiese hacer nada. Y como si fuese poco, parecía.. de alguna forma, parecía haberla escuchado en su propia cabeza. La comisura de su labio brincó hacia arriba en una sonrisa burlesca. ¿Acaso eso sucedió? ¿La habría escuchado?

Catelyn decidió pensar en otra cosa, y se volvió hacia el segundo barco que los seguía. Theon Greyjoy acompañaba Brynden, con el Gran Jon y Lord Karstark.

Catelyn ocupó un lugar a popa. Descendieron por el Piedra Caída, dejando que la corriente los arrastrara más allá de la Torre del Azud. El chapoteo y el ruido de la gran rueda de aspas del interior era uno de los sonidos de su infancia, y Catelyn sonrió con tristeza. Arriba, en las murallas del castillo, los soldados y los criados gritaban su nombre, el de Robb, y también ¡Winterfell!. Pasó rápida y cautelosamente su mirada por las extranjeras. Y por su mente paso el susurro de la hechicera, Nidhögg. No quería ni imaginar que su gente les gritara, que aclamara a un par de salvajes.

En todos los baluartes ondeaba el estandarte de los Tully, una trucha saltando, de plata, sobre ondas de agua azur y gules. Era un espectáculo emocionante, y se obligó a observarlo, sin pensar en nadie más. Pero nada lograba levantarle el ánimo. Se preguntaba si alguna vez volvería a sentir alegría.

Más allá de la Torre del Azud, describieron una curva amplia y cortaron las aguas agitadas. Los hombres tuvieron que esforzarse más. Pronto divisaron el amplio arco de la Puerta del Agua, Catelyn oyó el crujido de las gruesas cadenas cuando alzaron el gran rastrillo de hierro. Se fue elevando poco a poco a medida que se acercaban, y vio que la parte baja estaba roja de óxido. El trozo inferior goteó lodo marrón sobre ellos cuando pasaron por debajo, con las púas a pocos centímetros de sus cabezas. Catelyn observó los barrotes, y se preguntó hasta qué punto estaría oxidado el rastrillo, si resistiría una embestida, si no deberían sustituirlo... En los últimos tiempos siempre pensaba en cosas así.

¹Reyes del Norte•GOTDonde viven las historias. Descúbrelo ahora