₅₈Corona de tormenta

4 1 0
                                    

Te darás cuenta de que el amor tiene su propio precio... y sus propios sacrificios

Aelirenn regresó a la tienda que compartía con Yennefer después de haber concluido aquella reunión

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Aelirenn regresó a la tienda que compartía con Yennefer después de haber concluido aquella reunión. Contempló por encima los tomos que Yennefer había dejado en la mesa para distraerse. El ruido de la guerra al Sur le había parecido una farsa en comparación con la verdadera batalla, la que se libraba en el Norte. A veces se preguntaba si no era una traición quedarse aquí, mientras su gente peleaba cada día por sobrevivir.

Un par de cajas con zanahorias, algo de grano y carne salada, equipamiento, hierbas medicinales. ¿Eso era todo? ¿Eso era lo que podía ofrecerles a los suyos? No había manera de que ese mísero botín tuviera impacto alguno contra los Caminantes Blancos. Eran la muerte misma, y ahí estaba ella, presentándoles zanahorias y heno como única ayuda.

¿Qué se supone que haga aquí? Había sido el eco en su mente durante días, una duda casi dolorosa. 

—Quiero volver. —soltó en voz alta.

La confesión resonó en la tienda tan imprevista que ella misma se quedó helada al oírla. 

—¿Y qué vas a hacer? —le preguntó Yennefer—. ¿Romperás tu juramento con el Joven Lobo?

—No lo sé.

—No lo sabes —repitió sarcástica—. ¿Se ha quedado tu gente tu decisión?

—Podría volver con ellos —dijo.

—Eso les daría la oportunidad de matarte —comentó alegremente.

—O quedarme a pelear una guerra que no me interesa.

—¿Y por qué no haces eso?

—Porque ellos no me gustan —contestó.

—No tienen que gustarte.

—Robb no es mi rey —dijo—. Yo soy del Norte.

—Vaya que sí, feúcha, vaya que sí. Una muchacha del Norte, ¿eh?

Aelirenn asintió, tomó un cuerno de aguamiel, partió una hogaza en dos y le tendió un pedazo a Yennefer.

—Lo que tendría que hacer —dijo—, es volver. Hay hombres a los que tengo que matar.

—¿Una deuda de sangre?

Asintió de nuevo.

—Hay una cosa que sé de las deudas de sangre —le dijo Yennefer—, y es que duran toda la vida. Tienes años de sobra para matarlos, pero sólo si sigues viva.

—Viviré —contestó a la ligera.

—No, si los sureños incineran esa estrategia no vivirás. O puede que vivas, feúcha, pero bajo su mandato, su ley y sus espadas. Si quieres ser una mujer libre, quédate y lucha.

¹Reyes del Norte•GOTDonde viven las historias. Descúbrelo ahora