"2 Tomó De Éxtasis: República Dominicana"

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Hay días en los que siento esa necesidad de hacer daño, de matar, tan intensa que apenas puedo contenerla

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Hay días en los que siento esa necesidad de hacer daño, de matar, tan intensa que apenas puedo contenerla. Son días en que la delgada capa de civilización amenaza con desaparecer y revelar el monstruo que llevo dentro. Pero hoy no es uno de esos días.

Hoy estoy con ella.

Vamos en el coche de camino al aeropuerto. Liliana está apoyada en mí, rodeándome con sus brazos delgados y descansando su cabeza sobre mi hombro. La envuelvo con un brazo y acaricio su cabello rubio, disfrutando de su textura sedosa. Su pelo ha crecido mucho desde que la secuestré la primera vez, ahora le llega hasta la cintura.

Inhalo su perfume atrayente, fresco y floral. Es una mezcla de su champú y la química única de su cuerpo, y se me hace la boca agua. Me dan ganas de desnudarla y explorar cada curva de su cuerpo, pero me contengo.

Ella se mueve entre mis brazos y levanta la cabeza para mirarme. Sus ojos azules me atrapan y me desconcentran.

—¿A dónde vamos? —pregunta, moviendo las largas pestañas.

—Vamos a mi casa en República Dominicana. —respondo.

—¿Y qué hay de María y Rosa? —pregunta, preocupada.

—Están en nuestro nuevo hogar, esperando por ti. Ya verás —digo, apretando suavemente su mano.

Siento su alivio mezclado con curiosidad. Saber que están a salvo le da una pequeña paz.

—¿Te quedarás conmigo? —pregunta en un susurro lleno de esperanza.

—Sí, mi conejita, estaré allí —respondo con una sonrisa. Ahora que la he recuperado, la obsesión por tenerla cerca es demasiado fuerte para negarla.

Ella se lame los labios, y mi mirada sigue el camino de su delicada lengua rosa. Quiero envolver su pelo alrededor de mi mano y llevar su cabeza hasta mi polla, pero consigo reprimir el deseo.

—¿Enviarás a mis padre dinero como lo hiciste en el convento? —pregunta con un leve desafío.

—¿Quieres que lo haga? —Se me agranda la sonrisa y me estiro para ponerle un mechón de pelo detrás de la oreja.

Ella me mira fijamente sin parpadear.

—En realidad no —dice en voz baja—. Preferiría poder llamarlos.

—Muy bien, podrás hacerlo cuando lleguemos —le sostengo la mirada.

Abre los ojos con sorpresa. Esperaba que la mantuviera cautiva otra vez, aislada del mundo exterior. No se da cuenta de que eso ya no es necesario. Ya he conseguido lo que quería: la he hecho completamente mía.

—Vale —dice despacio—, lo haré.

Me mira como si no me acabara de entender, como si yo fuera un animal exótico que nunca hubiera visto. A veces me mira así, con una mezcla de desconfianza y fascinación. Se siente atraída por mí, pero de alguna manera también me tiene miedo.

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