"El Rey"

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La habitación estaba sumida en una penumbra, solo rota por el tenue resplandor de unas velas que bailaban al compás del viento

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La habitación estaba sumida en una penumbra, solo rota por el tenue resplandor de unas velas que bailaban al compás del viento. El frío suelo de piedra resplandecía con el reflejo de la sangre que se había derramado esa noche.

Podía oír los susurros, aquellos que venían de las sombras y que solo yo podía discernir. "¿Otro juego, Dimitri?" decían con voces burlonas que resonaban en mi mente. Mi monstruo interior siempre anhelaba más, siempre buscaba ese placer retorcido que solo yo podía entender.

Miré a mi alrededor, saboreando la escena. El olor a hierro y miedo llenaba el aire. La rata que yacía delante de mí era simplemente otro peón en mi teatro de horror. No había piedad en mi corazón, solo una oscura satisfacción.

El eco de mis pasos resonaba por todo el lugar mientras me dirigía hacia la mesa. Había herramientas allí, cada una diseñada para un propósito específico. Las había coleccionado a lo largo de los años, y cada una tenía su propia historia que contar. Historias de dolor y desesperación.

Me tomé un momento para apreciar la belleza de mi obra de arte. En su mirada podía ver el terror, y eso solo intensificaba mi excitación. La vida y la muerte, ambas estaban en mis manos, y esa sensación de poder era intoxicante. La figura amarrada en la silla, con sus ojos ensombrecidos por el terror, parecía una escultura grotesca. Me acercó lentamente, sintiendo cómo el peso de la atmósfera se hacía cada vez más palpable.

Al verme acercándome, la víctima intentó hablar, pero su voz quedó atrapada detrás de la mordaza. Sus ojos, sin embargo, gritaban en silencio una súplica desesperada.

Yo, siempre el artista, me inclinó y retiró con delicadeza el pañuelo de la boca de mi prisionero. Espero, con una paciencia casi serena, que éste encontrara su voz. Finalmente, con voz temblorosa, la víctima imploró: -Déjame ir, haré lo que quieras... solo no me lastimes más.

Lo observo por un momento, como si estuviera ponderando una decisión artística. -Ves, ahí radica la belleza de esto-dije suavemente, -tú ya eres parte de mi obra. Y una vez que algo se ha transformado en arte, ya no puede volver a ser lo que era antes.

Con esas palabras, saque una fina navaja, su brillo contrastando con la oscuridad del cuarto. La víctima sollozó, y con un tono de casi con melancolía, añadí -Desearía que pudieras entender la trascendencia de este momento. Pero me temo que ya es demasiado tarde para explicaciones.

Y mientras levantaba la navaja, el silencio en la habitación era ensordecedor, interrumpido solo por el latir acelerado de un corazón aterrorizado.

Con la navaja en mano, pude sentir cómo la tensión llenaba el aire. El sujeto ante mí estaba inmóvil, sus ojos fijos en mí, llenos de un terror y comprensión inminentes. Cada respiración que tomaba era un recordatorio audible de la vida que estaba a punto de extinguir.

Me moví con una precisión metódica, permitiendo que la hoja fría de la navaja hiciera su trabajo. A medida que la sangre empezaba a fluir, pude ver cómo el color se drenaba del rostro de mi víctima, reemplazado por una palidez cetrina. Los ojos, una vez vívidos, empezaron a vidriarse, y su respiración se volvió errática.

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